XXXII Congreso Internacional de Buenos Aires
Día de los Niños
11 de Octubre de 1934
(Video: 08' 48")
Al final de este post se pude ver la tercera parte del video sobre el Congreso, que incluye un mensaje del entonces Arzobispo de Lima Mons. Pedro Farfán. Publicamos también el texto completo que el mencionado Obispo pronunció en la Primera Asamblea General. Ver artículo precedente de la serie AQUÍ.
"Entre los actos del Congreso, hubo
dos que dejaron recuerdo imborrable en cuantos los presenciaron. Uno fue la
comunión infantil. Ciento veinte mil niños, vestidos de
blanco formaron una inmensa cruz a los pies de la cruz gigantesca que señoreaba
el parque de Palermo.
Parecía como si una enorme floración de lirios hubiera aparecido milagrosamente en homenaje a Jesús Sacramentado. Cinco cardenales y más de doscientos sacerdotes distribuyeron la comunión.
Allí mismo se sirvió el desayuno, en orden ejemplar a aquel ejército de lindas criaturas, en cuyos rostros sonrientes parecía lucir un reflejo de luz celeste". (El otro acto a que se refiere el autor de estas memorias, es la Misa de Hombres verificada esa misma noche).
Esta fiesta necesitaba de Ángeles y los tuvo. Llegaron hasta nosotros como otras tantas bendiciones de los hogares de este país.
Parecía como si una enorme floración de lirios hubiera aparecido milagrosamente en homenaje a Jesús Sacramentado. Cinco cardenales y más de doscientos sacerdotes distribuyeron la comunión.
Allí mismo se sirvió el desayuno, en orden ejemplar a aquel ejército de lindas criaturas, en cuyos rostros sonrientes parecía lucir un reflejo de luz celeste". (El otro acto a que se refiere el autor de estas memorias, es la Misa de Hombres verificada esa misma noche).
Dr. Antonio Gómez Retrepo (Representante de Colombia)
“El 11 de octubre de 1934, fue un día de sol radiante, y yo guardo de él un recuerdo muy hermoso y profundo, porque en esa Misa de los Niños el Cardenal Pacelli fue quien me dio la Comunión. Iba con las compañeras del Colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Como los alumnos de muchos colegios llevaban uniformes de diversos colores, nos habían pedido que todos nos pongamos guardapolvos blancos sobre los uniformes, y las niñas moño blanco en la cabeza, y sobre él, la mantilla, también blanca. De esa manera se formó una Cruz blanca formada por los niños ubicados en los cuatro trayectos de las avenidas que se centraban en la Cruz, de manera de formar otra Cruz blanca en las aceras, a los pies de la monumental del Congreso. Eso visto desde el aire era un maravilloso espectáculo y testimonio de fe”.
Susana Martínez del Valle de Marconetti (2010)
Esta fiesta necesitaba de Ángeles y los tuvo. Llegaron hasta nosotros como otras tantas bendiciones de los hogares de este país.
Mons. Tomas Heylen, Obispo de Namur
Dejamos la crónica de este día a la magistral y emocionante pluma de Hugo Wast en su libro El Kahal-Oro:
Mauricio Kohen llamó por teléfono a Marta, y no obtuvo respuesta.
Más tarde fue a visitar a la huérfana de Ram y no la halló. Entonces se encerró en su casa como un lobo enfermo .
Sobre su mesa se acumulaba el correo. No abría una carta, ni un telegrama. Su corazón estaba lejos de los negocios. ¡Incomprensible sensación ! Sentíalo rondando aquella inmensa Cruz que se alzaba en los jardines de Palermo y que en esos días fué el centro del mundo católico.
A la segunda mañana la mano irresistible lo empujó hacia ella. Fué el día de la Comunión de los niños. Los perfumes del bosque, renovados por la primavera incomparable, ascendían en el aire purísimo, semejantes al humo de un incensario.
Y allí, cortando el cielo, sin la más ligera nube, la Cruz, maravillosa de genio, férrea en su estructura, mas de tal manera graciosa y alada, que parecía hecha de nieve.
Adentro de su enorme caparazón blanco se ocultaba el Monumento de los Españoles. España venía a quedar así, providencialmente, en el lugar que le ha dado su historia, en el corazón de la Cruz.
A las siete, hora en que llegó Kohen, no había un alma en el vasto anfiteatro. Dos o tres figuras negras se movían sobre la alta plataforma, cerca de los cuatro altares en que los cardenales celebrarían la misa.
Subió la escalinata, y escuchó la conversación que mantenían en francés aquellos señores, llegados para las fiestas y sin duda testigos de otros congresos en otras naciones:
- Los argentinos son muy optimistas, y anuncian grandes cosas. ¡Vamos a ver! Son las siete de la mañana y aquí no hay nadie. ¿Los cree usted capaces de concentrar los ochenta mil niños que deben comulgar en la misa de las ocho?
El que oía, un sacerdote, no ocultó su inquietud, pero respondió así:
- Ellos afirman que a la hora de la misa estarán aquí los ochenta mil niños.
- ¡Imposible! Ni ochenta, ni cincuenta, ni veinte. ¿Calcula usted lo que es traer dos mil camiones y tranvías desde los extremos de una ciudad como ésta, más extensa que París y que Londres, y concentrarlos en un solo sitio, en los sesenta minutos que faltan?
- ¡Realmente! Pero ellos...
- Yo he visto movilizar cuerpos de ejército. El solo desfile de diez mil soldados exige dos o tres horas... ¿Cómo piensan concentrar en una ochenta mil niños? ¡Sería un milagro! (*)
- Esperemos, pues, el milagro - respondió el sacerdote.
Kohen dió vuelta alrededor de la Cruz. De pronto, desde aquella plataforma que dominaba un enorme espacio, se vieron aparecer las cabezas de las primeras columnas. De todos los rumbos, por calles y avenidas, se aproximaban centenares de automóviles, tranvías, camiones, repletos de chiquillas vestidas de blanco y de muchachos con trajes domingueros y moño al brazo.
Y aquella cohorte se movía y avanzaba como un mecanismo perfecto, ensayado cien veces. Era una viisión estupenda.
- ¡He ahí el milagro! - exclamó atónito el sacerdote.
A las ocho en punto, los innumerables bancos de las avenidas se llenaron con graciosos enjambres de criaturas, bajo el brillante sol de octubre, que hacía resplandecer las velas, y los ojos y las almas. ¡Ciento siete mil niños! ¡ Veintisiete mil más de los calculados!
Kohen descendía de la plataforma y se detuvo impresionado por el cuadro bellísimo; y en ese minuto las cuatro graderías de la Cruz quedaron ocupadas por dignatarios de la Iglesia, con ornamentos litúrgicos, y sacerdotes de sobrepelliz. No pudo ni retroceder, ni avanzar, y se encontró acorralado.
Ya sobre los altares, donde cuatro cardenales empezaron a celebrar la misa (cuatro misas, no había concelebración), resplandecieron trescientos copones colmados de hostias que iban a ser consagradas.
Desde la torre de comando, un locutor iba describiendo la ceremonia, y su frase ferviente se esparcía por el mundo. Los cien mil niños arrodillados, formaban una cruz clara y viviente en medio de la muchedumbre oscura y densa, más de un millón de personas, que cubrían los jardines.
Llegó la Elevación. El locutor anunció que dentro de breves instantes Cristo, al conjuro del sacerdote, bajaría real y verdadero y convertiría aquel pan y aquel vino en su cuerpo y en su sangre. Augusto silencio acogió sus palabras.
Kohen sintió que no podía permanecer de pie, ni aun arrinconado como estaba, y cayó de rodillas, y adoró si querer el misterio católico por excelencia, y merced a ese dogma sutil y profundo de la Comunión de los santos, que hace de todos los fieles un solo cuerpo, la batalla que la gracia libraba en aquel obstinado corazón, repercutió dulcemente en un millón de corazones, que ignoraban el porqué de su misteriosa emoción.
Cuando Kohen se levantó, confuso e irritado, vió descender por las gradas los trescientos sacerdotes de estola y sobrepelliz, llevando el copón, cubierto de un corporal, para que el viento no arrebatase las sagradas hostias.
Muchos ocuparon los automóviles que los aguardan que debían dar la Comunión a niños que distaban centenares de metros.
El mísero Kohen contempló desde su rincón el arribo de Cristo a las bocas puras, a los pechos inflamados. Comprendió que sus ojos estaban ahora marcados para toda la eternidad. Quien vió aquello lo verá siempre, aunque blasfeme y se apriete los puños sobre las cuencas doloridas.
- Señor - exclamó en voz baja, queriendo hacer una protesta de su fe judía : Yo bien sé que os levantaréis y tendréis piedad de Sión. Porque verdaderamente el tiempo de la piedad ha llegado.
Había empleado las palabras de un salmo del rey David, y ellas, por asociación de ideas, le recordaron el versículo del Evangelio de Juan, que explica la impenitencia de los judíos:
"Muchos, sin embargo, aun entre los miembros del Sanedrín, creyeron en El, pero a causa de los fariseos, no lo confesaron, para que no los echasen de la Sinagoga. Y es que amaron más la gloria de los hombres, que la gloria de Dios." (Juan, 1 2. 43.)
Ya las misas habían concluido, pero los sacerdotes proseguían distribuyendo la Comunión, con un orden maravilloso. Media hora después, todos los niños, sin moverse de su lugar, habían comulgado y daban gracias repitiendo la oración que, como otro pan celeste, distribuía el locutor desde su torre. Y todo se realizó en menos de hora y media.
100.000 comuniones de rodillas, en la boca y por el sacerdote. |
El micrófono entonces anunció al Cardenal Legado (**), que apareció al extremo de la Avenida, bendiciendo al pueblo. Pasó maravillado en medio de los cien mil pequeños comulgantes, que lo vitoreaban agitando banderitas papales y argentinas, y se llenaron de lágrimas sus oscuras pupilas.
- ¡Esto es el paraíso!
Kohen descendía la escalinata, huyendo de la gracia que lo perseguía, cuando llegó el Cardenal, y tuvo que inclinar de nuevo la cabeza para recibir la bendición del Crucificado.
- ¡Señor! ¡ Tened piedad de Sión! - exclamó alejándose de aquellos lugares.
Sus oficinas estaban en un vasto edificio de la Avenida de Mayo. Al dirigirse a ellas, más por costumbre que por necesidad, leyó unos carteles callejeros invitando a los hombres a una Comunión que tendría lugar en la plaza, frente a la Casa de Gobierno, a la medianoche. Releyó indignado la invitación. ¿Cómo? ¿No les bastaba arrebatar a los niños? ¿Esperaban, acaso, que hombres, como él, acudirían al llamado del Cristo?
----------------------------------------
(*) El conde d’ Yambille manifestó “si el Ejército francés quisiera concentrar 100.000 hombres en un sitio determinado, no podría hacerlo así en una hora”.
(**) No estaba en el programa, pero el Legado, al escuchar las emociones de Palermo por radio, quiso ver lo que estaba ocurriendo y acercarse a los niños. El anunció fue seguido por un desborde de alegría.
Hasta aquí Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast).
Siguió el desayuno. Ciento siete mil tazas de chocolate humeante, acompañada cada una por un paquete de galletitas (generosa donación de dos empresas comerciales), fueron repartidos por 300 carritos y setecientos empleados.
Nos preguntamos: ¿Cómo es posible que 300 sacerdotes dieran la Sagrada Comunión a 107.000 niños esparcidos sobre una gran distancia, y en nuestras vacías iglesias haya que llamar a ministros extraordinarios de la Comunión para dársela a unos pocos fieles?
¿Cómo se logró reunir esta cantidad de niños sin Misa de Niños, ni payasos, ni títeres ni globos?
Luego de la Misa, los chicos presentaron su ofrenda: Se delinea por cada avenida una procesión de doscientos cincuenta niñas y doscientos cincuenta niños. Son los dos mil elegidos para la simbólica ceremonia.
Cada uno lleva un pequeño cesto con dos panecillos rodeados de espigas o racimos de uvas que un centenar de niños trajeron de la zona cordillerana. Pero llevaban algo más, el llamado Tesoro espiritual que presentaban al Altísimo, y que lo constituían setecientos millones de actos buenos cosechados desde tiempo atrás por los mismos niños.
“El Congreso Eucarístico de 1934, acontecimiento de gran trascendencia para la renovación espiritual de la Argentina, resultó para mi propia vida también de especial significación espiritual. Yo formaba parte del Coro de Niños que tuvo el honor de cantar en las ceremonias litúrgicas del Congreso junto a la Cruz de Palermo. Como se comprenderá, fue inolvidable la vista que se tenia de la inmensa muchedumbre desde ese lugar privilegiado.
Pero lo que ciertamente para mí fue inolvidable ha sido un privilegio que nunca lo podré entender. Se me designó en la delegación de niños que en nombre de la toda la niñez argentina iba a hacer la Ofrenda de un ramillete de espigas de trigo, luego de dicha Misa, al Legado Pontificio, el Cardenal Eugenio Pacelli, besándole el anillo.
Esa celebración litúrgica fue una de las más emocionantes del programa del Congreso. Evidentemente el honor de haber besado las manos del que sería luego el Papa Pío XII, lo tomé como una gran responsabilidad en mi futura vida espiritual. Unido a este privilegio, ha quedado para siempre en mi memoria el haber podido ver desde ese monumental altar aquel mar de guardapolvos blancos, un testimonio inolvidable de la fe popular”.
Alfonso Wenceslao Carreira.
Película sobre el
XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Bs. As.
Tercera Parte
11 de Octubre de 1934
Día de los Niños
Tercera Parte
11 de Octubre de 1934
Día de los Niños
"Hay que rehuir, como la peste, la opinión de quien desea reenviar la Primera santa Comunión a una edad muy avanzada, cuando el diablo ya ha tomado posesión del corazón juvenil, con daño incalculable para su inocencia. Apenas el niño pueda distinguir entre pan y Pan, sin tener en cuenta su edad; venga el Rey celestial para reinar en este bendito corazón".
San Juan Bosco.
(desde Gloria TV)
(desde YouTube)
Hacia el final de este video se mencionan los discursos vertidos en la Primera Asamblea General del Congreso, que tuvo lugar en Palermo el mismo día 11 de Octubre a las 16 Hs. Publicamos abajo breves referencias de los mismos, las memorias del representante de Colombia, y completo el discurso del Sr. Arzobispo de Lima.
Primera Asamblea General
Del Cardenal Augusto Hlond, Primado de Polonia:
¡Argentinos! El mundo católico hoy concentra toda su atención sobre Buenos Aires. El triunfo eucarístico, de que nos gloriamos, es mérito de vuestro apostólico episcopado, de vuestro celoso clero, de vuestro catolicismo argentino, que tanto se interesa por la causa de su Dios.
Nosotros participamos de esta explosión de fe con todo nuestro afecto, el más intenso.
Querríamos participar en las bendiciones que estas divinas jornadas atraerán sobre la eucarística Argentina, sobre el pueblo que los libres del mundo hoy aclaman: ¡Al gran pueblo argentino salud!
Del R.P Wagner, de Alemania, y del delegado austríaco, canónigo Kowanda, ambos expresándose en alemán, dirigiendo conmovedores saludos a la Argentina y haciendo notar la importancia del Congreso.
De Monseñor Pierini, Arzobispo de La Plata, Sucre (Bolivia)
Traemos a este Congreso el saludo, la adhesión y la representación del Gobierno y del pueblo católico boliviano. Bolivia, que desde su organización republicana, escribió en su Constitución esta ley: “La religión del estado es la católica, apostólica, romana” ¿cómo podía estar ausente en este torneo religiosos donde bajo las aspiraciones de la sagrada Eucaristía se proclaman con los preceptos de la universal confraternidad los inmutables principios de justicia que el evangelio estampara en sus divinas páginas?
Del delegado de Centroamérica
El Obispo de San Miguel (El Salvador) Monseñor Juan Ignacio Dueñas recordó el ideal de Benedicto XV, de una confederación de las Repúblicas latinoamericanas. “Formémosla espiritualmente en este mismo Congreso, y que ella perdure en las almas haciendo de todos los hombres, de todos los sentimientos, de todos los amores, uno solo. Uno sólo, magnífico y sublime para adorar a Jesús Sacramentado. A fin de que el Evangelio rigiendo la sociedad, suprima para siempre las odiosas rencillas y diferencias sociales transformándolas en una unánime aspiración de paz”.
Del delegado de Colombia: El doctor Gómez Restrepo, quiso “resaltar la fraternidad espiritual que reinaba en el desarrollo de los actos del congreso que había logrado aunar a toda la civilización en un grandioso homenaje a la Eucaristía” (Leer sus propios recuerdos debajo).
Del embajador de Chile:
Presentó su homenaje a la Eucaristía, al Santo Padre, al nobilísimo Cardenal Legado y al gran pueblo argentino, y además “especializar mi homenaje en las damas argentinas, alma de este magno congreso y en ese conjunto conmovedor de cien mil niños, que, al recibir a Jesús Sacramentado en sus puros corazones sus infantiles voces para implorar del Dios de las misericordias la paz del mundo, la paz de nuestra América, y la fraternidad entre los hombres. Este clamor de infantes tiene e ser oído…”
Cristo Rey en la Eucaristía y por la Eucaristía
Discurso de Monseñor Pedro Pascual Farfán Arzobispo de Lima
Sería preciso abrasarse en todo el calor en que se abrasó
el Corazón de la Madre de Dios
para atraer al mismo Dios hacia la tierra y extender su reinado,
convirtiendo los corazones fríos en hogueras perennes de amor a Dios.
Cristo Rey en la Eucaristía y por la Eucaristía, tal es el tema, que a través de las ondas fraternas que espiritual y patrióticamente unen las patrias de San Martín y de Rosa de Lima.
A los pies de Jesús Eucarístico se confunden en estos solemnes momentos en admirable fusión cristiana nuestras banderas, ya que Uno es el Rey a quien proclamamos, a quien bendecimos, y a quien adoramos.
Señores: La bandera de Castilla, que surcara los mares de las históricas carabelas, conquistó nuestros pueblos en nombre de Jesucristo y para el Reinado de Jesucristo; la emancipación política no rompió ni pudo romper este vínculo; lo reafirmó y lo consagró. Pues bien: cumplamos nuestro deber en propagar este reinado.
La fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, hace brillar con claridad meridiana la verdad de la proposición.
De manera que así como en la pregunta de Pilatos “¿Tú eres Rey?”, la respuesta del Augusto Prisionero fue: “Tú lo has dicho. Yo soy Rey”; de igual modo, y en los mismos términos respondería el Prisionero del Altar a quien se atreviera a preguntarle a quien pusiera en duda su Realeza en la Eucaristía: “Yo soy Rey”.
Y si Cristo en el pretorio añadió que su reino no era de ese mundo, desde la prisión del Tabernáculo puede repetir esas mismas palabras, pero en ambos casos es para este mundo, es decir que ese Reino viene de lo alto, su origen es sobrenatural, pero se ejerce en este mundo. Cristo humanado es nuestro, nos pertenece, es nuestra carne y nuestra sangre. Cristo sacramentado nos pertenece, es nuestro trigo y nuestro pan, es nuestra vid y nuestro vino. Y así como dentro de esa Humanidad estaba oculta la Divinidad, del mismo modo, dentro del velo Eucarístico permanece oculta, no sólo la Divinidad, sino también la misma Humanidad.
In Cruce latebat sola Deitas,
At hic latet simul et Humanitas
Es el mismo Verbo de Dios, el mismo Redentor, el mismo Rey, escondiendo los infinitos resplandores de su Realeza para extender sus dominios, su Reinado, por los secretos caminos del Amor, de l misericordia, del perdón…
Cuando el Vicario de Cristo estableció, con gran consuelo de nuestros corazones, la festividad de Cristo Rey, en 1926, no es que entonces Jesucristo comenzara a ser Rey; no; sino que la institución de esta festividad es como un homenaje especial a la Realeza de Cristo, principalmente en estos tiempos de quiebra de cetros y oscurecimientos de coronas. Ni es que pueda pensarse siquiera que en esta festividad se excluyera la Realeza de Jesucristo en la Eucaristía; lejos de eso, todas las solemnidades públicas y privadas, actos de consagración adoraciones, oraciones y votos, han girado y giran en torno de la Eucaristía; ni es posible concebir ninguna manifestación externa de religión, ninguna elevación espiritual que no tenga su raíz y fundamento, su fuerza directriz y su brillante corona en la Eucaristía santa; porque en la Eucaristía y por la Eucaristía reina, con objetividad positiva, Cristo Redentor.
Podría objetarse que Cristo en la Eucaristía no habla, no camina comanda, no gobierna.
¿No habla? Pero todos los espíritus, todos los corazones le escuchan; la voz del Sagrario es tenue como un suspiro, y potente como el trueno; es poderosa…
¿No camina? Pero le siguen multitudes, y hasta el humilde labriego recibe su visita antes de partir a la eternidad y donde quiera que va el cristiano le encuentra, lo mismo en la grandiosa basílica, como en la modesta capilla;…
¿No manda? ¿No gobierna? Y entonces ¿Cómo estamos aquí? ¿Cómo hemos venido de nuestras patrias? Resonó la voz del Rey, y todos nos hemos puesto en camino, romeros del amor, a entonar a nuestro Rey el cántico de su eterna realeza: “Al Rey de los siglos, inmortal e invisible, a Él solo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos”
Habéis cumplido la orden del Rey, haciendo resonar en el mundo para este Congreso Eucarístico el grandioso clarín del Invitatorio de la Iglesia: “¡Venid adoremos a Cristo Rey, el dominador de las Naciones: que enriquece en espíritu a los que le comen!”
Subrayo este sacro llamamiento del Oficio del Corpus Christi, porque en él encuentro toda la grandiosidad del pensamiento de la Iglesia sobre la realeza de Cristo en la Eucaristía, que alimenta a su pueblo, e da vida, vigor, fortaleza, actividad, con su propia carne, es decir, el Rey se hace comer para dar vida a sus vasallos.
Porque “mi carne es verdaderamente comida y mi sangre es verdaderamente bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre en mí mora y yo en él”.
¡Admirable proclama! Jamás lengua humanan rey terrenal alguno ha hablado en el tono y la forma que lo hizo este Rey! Con amorosa insistencia y sin dar lugar a dudas, el mismo Maestro declara la divina realidad del pan eucarístico que, en no lejano día se habría de multiplicar para todos los pueblos, para todas las razas, para todos los siglos, vale decir, que habría un pan universal.
Hermanos: ¡No sentís hambre? Yo no puedo pasar adelante sin dejar en mi corazón el manjar bajar bajado del cielo. La hora es solemne, el momento es propicio, avivemos nuestra fe, inflamemos nuestro amor, y todos hagamos nuestra comunión espiritual… el Rey está con nosotros; todos de pie rindámosle homenaje y aclamémosle.
¡Niños, adolescentes, jóvenes, obreros, sacerdotes y apóstoles, rendid vuestras almas al Rey inmortal, y con más entusiasmo que los hijos de Israel, gritad: ¡Viva el Rey!
Pobres, ancianos, enfermos, desvalidos, huérfanos y pequeños; de entre las lágrimas que surcan vuestras mejillas, elévese un grito de alegría; ¡Viva el Rey!
Discurso del Representante de Colombia
Dr. Antonio Gómez Retrepo
(Según su propio recuerdo)
El programa oficial había fijado un término brevísimo de tres minutos para los saludos protocolarios de los delegados extranjeros. Como el gobierno me había honrado con el título de Delegado-ad-honorem de Colombia, tocóme hablar desde el
templete de Palermo, después del Cardenal de Polonia, de los Prelados que representaban a Alemania y a Austria y de otras insignes personalidades.
Ciñéndome estrictamente a lo establecido en el programa, dije más o menos lo siguiente:
Hoy como en los días en que bajó el Espíritu Santo sobre los apóstoles, de hablan aquí las lenguas más diversas; pero todos entienden un idioma común: el de la fe cristiana, el que resonó en los labios de los discípulos del Señor, y hoy vibra desde las alturas del Vaticano.
Haciendo uso de la lengua imperial que nos trajo España; de la hermosa lengua de Cervantes que ayer no más ha resonado aquí en los labios augustos del Representante del Sumo Pontífice, vengo a mi turno a presentar en nombre del gobierno de Colombia mi ferviente saludo a la gran nación Argentina y a su ilustre Jefe; y en representación del católico pueblo de mi patria a rendir un tributo de admiración a este homenaje eucarístico, único hasta hoy en los anales de la Iglesia latino-americana; grande por el intento; magno por la ejecución y sublime por las manifestaciones de piedad y fervor que estamos presenciando.
La Argentina, nación célebre por la riqueza y fecundidad de su suelo y el desarrollo de su comercio y de su industria; magnífica por el brillo intelectual de sus pensadores, poetas y artistas; ha encendido un faro de luz espiritual que irradia sobre todo el continente americano y envía sus reflejos hasta lejanos extremos del mundo civilizado. Buenos Aires es actualmente un foco potentfeiímo de fulgor sereno y apacible, a donde convergen las miradas de todo el orbe cristiano.
Es muy digno de atención el hecho de que los grandes Congresos internacionales que ha visto la América se hayan efectuado en dos de las más renombradas metrópolis de la riqueza, de la industria y del comercio, Chicago y Buenos Aires, como si la Providencia hubiera querido que al humo acre de los altos hornos, símbolo del progreso material, se mezclara, para purificarlo, el de los miles de incensarios que se agitan al viento en homenaje a la Sagrada Eucaristía.
La Argentina, que ostenta en su pabellón los colores del cielo, esos mismos con que pintó Murillo los mantos y las túnicas de sus Vírgenes inmaculadas; la Argentina, que ve levantarse sobre su horizonte la Cruz del Sur, como signo de predestinación, tiene grandes destinos qué cumplir: en lo material, con su sorprendente progreso; en lo moral, con su tradicional propaganda de altos ideales de paz y de justicia internacional; en lo religioso, con el noble ejemplo de fe que está dando ante la faz del mundo.
Que esos prósperos destinos tengan cada día más cumplida realización, bajo el amparo de Cristo, que desde lo alto de los Andes bendice a las dos grandes naciones que allí lo colocaron como símbolo de concordia y fraternidad, son los votos que hago en nombre de la República de Colombia, que siente legítimo orgullo al ver que un pueblo de su misma estirpe, asciende con serena majestad, a la altura de las grandes naciones modernas.
Ciñéndome estrictamente a lo establecido en el programa, dije más o menos lo siguiente:
Hoy como en los días en que bajó el Espíritu Santo sobre los apóstoles, de hablan aquí las lenguas más diversas; pero todos entienden un idioma común: el de la fe cristiana, el que resonó en los labios de los discípulos del Señor, y hoy vibra desde las alturas del Vaticano.
Haciendo uso de la lengua imperial que nos trajo España; de la hermosa lengua de Cervantes que ayer no más ha resonado aquí en los labios augustos del Representante del Sumo Pontífice, vengo a mi turno a presentar en nombre del gobierno de Colombia mi ferviente saludo a la gran nación Argentina y a su ilustre Jefe; y en representación del católico pueblo de mi patria a rendir un tributo de admiración a este homenaje eucarístico, único hasta hoy en los anales de la Iglesia latino-americana; grande por el intento; magno por la ejecución y sublime por las manifestaciones de piedad y fervor que estamos presenciando.
La Argentina, nación célebre por la riqueza y fecundidad de su suelo y el desarrollo de su comercio y de su industria; magnífica por el brillo intelectual de sus pensadores, poetas y artistas; ha encendido un faro de luz espiritual que irradia sobre todo el continente americano y envía sus reflejos hasta lejanos extremos del mundo civilizado. Buenos Aires es actualmente un foco potentfeiímo de fulgor sereno y apacible, a donde convergen las miradas de todo el orbe cristiano.
Es muy digno de atención el hecho de que los grandes Congresos internacionales que ha visto la América se hayan efectuado en dos de las más renombradas metrópolis de la riqueza, de la industria y del comercio, Chicago y Buenos Aires, como si la Providencia hubiera querido que al humo acre de los altos hornos, símbolo del progreso material, se mezclara, para purificarlo, el de los miles de incensarios que se agitan al viento en homenaje a la Sagrada Eucaristía.
La Argentina, que ostenta en su pabellón los colores del cielo, esos mismos con que pintó Murillo los mantos y las túnicas de sus Vírgenes inmaculadas; la Argentina, que ve levantarse sobre su horizonte la Cruz del Sur, como signo de predestinación, tiene grandes destinos qué cumplir: en lo material, con su sorprendente progreso; en lo moral, con su tradicional propaganda de altos ideales de paz y de justicia internacional; en lo religioso, con el noble ejemplo de fe que está dando ante la faz del mundo.
Que esos prósperos destinos tengan cada día más cumplida realización, bajo el amparo de Cristo, que desde lo alto de los Andes bendice a las dos grandes naciones que allí lo colocaron como símbolo de concordia y fraternidad, son los votos que hago en nombre de la República de Colombia, que siente legítimo orgullo al ver que un pueblo de su misma estirpe, asciende con serena majestad, a la altura de las grandes naciones modernas.
Las citas de esta entrada han sido tomadas del excelente libro del Sr. Giorgio Sernani titulado: "Dios de los Corazones", Ediciones María Reina (Buenos Aires - 2009); cuya lectura recomendamos.
¡Por favor, deje su comentario!
3 comentarios:
Maravilloso documento-testimonio del
XXXII CONGRESO EUCARÍSTICO INTERNACIONAL EN BS AS.!!!!!
Gracias por agregarlo a esa magnífica página Católica Apostólica Romana.
Este sí que fue un auténtico Congreso Eucarístico con la bendición de la Comunión de tantos niños y niñas.
Apruebo incondicionalemente el comentario sobre la distribución de la Eucaristía por Sacerdotes. En la actualidad vemos tristemente que la distribuyen laicos, sin necesidad, pues solo el sacerdote podría darla, porque e las Misas no hay miles de personas, él solo se las puede arreglar...
Dios les bendiga y María Santísima los siga guiado y acompañando.
Dios lo bendiga Padrecito Alfredo Sáenz
Kuki-Ctes-Arg
Gracias Pagina !!!! releer al incomparable Hugo Wast refrescando en nuestra memoria lo que solamente la ARGENTINA CATÓLICA puedes hacer es rabiosamente emocionante !!!!! VIVA CRISTO REY. !!!!!!! Criollo y andaluz
Que el Señor tenga en cuenta estas manifestaciones de la Fe argentina para disponer al pueblo a la gracia de la salvación y que tenga misericordia de todos aquellos, especialmente consagrados a Dios, por haber impedido y/o desviado al pueblo fiel del camino que conduce a Cristo que es el ¡único! camino, verdad y vida.
Publicar un comentario