Catequesis Litúrgica
R.P. Dr. Alfredo Sáenz
R.P. Dr. Alfredo Sáenz
6 de Julio de 2008
(Audio - 12' 31")
(Audio - 12' 31")
Antes de comenzar los Sagrados Misterios la Iglesia ha establecido, desde la más remota antigüedad, ritos que crean una atmósfera de Fe y separación del ámbito profano. A este efecto, la procesión de entrada simboliza el ingreso del Salvador en el mundo para morir en la Cruz, cuyo estandarte la encabeza. Le siguen los cirios encendidos, fruto de las abejas virginales y del cáliz de las flores; cuya luz es símbolo excelente del mundo espiritual, de la naturaleza divina, del esplendor de la gracia, de Jesucristo quien, como rezamos en el Credo, es Luz de Luz, y ha venido al mundo a disipar las tinieblas del pecado, de la incredulidad, y la desesperación. Luego caminan los turiferarios llevando el incienso cuyas perfumadas volutas de humo simbolizan el aroma de la alabanza a Dios y el buen olor del Salvador; más atrás los acólitos que representan a los profetas de la Ley Antigua y a los apóstoles y, cerrando la marcha, camina el celebrante con paso grave y modesto como corresponde a quien representa al mismo Cristo.
Es necesario redescubrir el sentido de la procesión, hoy un tanto olvidado en la Iglesia, en la cual los fieles se adelantan bajo la mirada del Altísimo, expresando la nobleza del hombre que, como dice la Escritura "es de raza divina" (Hc 17, 28) y cumpliendo el consejo del Génesis: "Camina en Mi presencia y sé perfecto" (Gn 17. 1); porque en la procesión marcha el Cuerpo Místico de Cristo hacia su perfección.
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