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La venida del Espíritu Santo, acaeció a los cincuenta días de la Resurrección del Señor; por eso la fiesta que celebramos hoy se llama Pentecostés, que quiere decir quincuagésimo día, y en ella honra la Iglesia el misterio de la venida del Santo Espíritu.
Pentecostés era también una fiesta solemnísima entre los hebreos, que había sido instituida en memoria de la promulgación de Ley dada por Dios en el monte Sinaí, entre truenos y relámpagos, escrita en dos tablas de piedra, cincuenta días después de la primera Pascua, a saber: después de ser librados del cautiverio del Faraón.
Lo que se figuraba en esa fiesta del antiguo Israel, se ha cumplido en la Solemnidad cristiana que celebramos hoy, por cuanto el Espíritu Santo descendió efectivamente sobre los Apóstoles, y los otros discípulos de Jesucristo, que estaban reunidos en un mismo lunar con la Santísima Virgen, e imprimió en sus corazones la nueva Ley por medio de su divino Amor.
En la venida del Espíritu Santo, oyóse de repente un sonido del cielo como de viento impetuoso, y aparecieron lenguas repartidas como de fuego, que se asentaron sobre cada uno de los allí congregados, llenándolos de sabiduría, fortaleza, caridad, y de la abundancia de todos sus dones.
Los Apóstoles, después de que fueron llenos del Espíritu Santo, de ignorantes se trocaron en conocedores de los más profundos misterios y de las Sagradas Escrituras, de tímidos se hicieron esforzados para predicar la fe de Jesucristo, hablaron diversas lenguas y obraron grandes milagros.
El primer fruto de la predicación de los Apóstoles, después de la venida del Espíritu Santo, fue la conversión de tres mil personas en el sermón que hizo San Pedro el día mismo de Pentecostés, la cual fue seguida de muchísimas otras.
El Espíritu Santo, no fue enviado solamente a los Apóstoles, sino también a la Iglesia, a la cual vivifica y con perpetua asistencia gobierna. De aquí le nace a la Iglesia la fuerza incontrastable que tiene en las persecuciones, el vencimiento de sus enemigos, la pureza de la doctrina y el espíritu de santidad que mora en Ella, en medio de la corrupción del siglo.
También es enviado a los fieles, que reciben el Espíritu Santo en todos los sacramentos, especialmente en la Confirmación y en el del Orden Sagrado.
En la fiesta de Pentecostés hemos de hacer cuatro cosas:
- adorar al Espíritu Santo;
- pedirle que venga a nosotros y nos comunique con prontitud sus dones;
- acercarnos dignamente a los santos Sacramentos;
- dar gracias a nuestro divino Redentor, por habernos enviado al Espíritu Santo, según sus promesas, rematando así todos los misterios y la gran obra del establecimiento de la Iglesia.
un rayo de tu luz.
¡Ven, padre de los pobres, ven dador de los bienes,
¡Ven, padre de los pobres, ven dador de los bienes,
ven, de las almas luz!
Consolador sin igual, del alma dulce huésped, suavísimo dulzor.
Descanzo en la fatiga, en la pasión templanza,
Consolador sin igual, del alma dulce huésped, suavísimo dulzor.
Descanzo en la fatiga, en la pasión templanza,
consuelo en la aflicción.
¡Oh antorcha venturosa! Alumbra de tus fieles el pobre corazón.
Nada sin tu asistencia, de puro y de inocente,
¡Oh antorcha venturosa! Alumbra de tus fieles el pobre corazón.
Nada sin tu asistencia, de puro y de inocente,
nada en el hombre hay.
Lava lo que está impuro, riega lo que está seco,
Lava lo que está impuro, riega lo que está seco,
cura la enfermedad.
Endereza lo torcido, calienta el alma fría, humilla la altivez.
Al fiel que en Ti confía, concédele benigno tu septiforme don.
Da de la virtud el mérito, de la victoria el éxito, y eterno galardón.
Amén. Aleluya
Endereza lo torcido, calienta el alma fría, humilla la altivez.
Al fiel que en Ti confía, concédele benigno tu septiforme don.
Da de la virtud el mérito, de la victoria el éxito, y eterno galardón.
Amén. Aleluya
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Ilustra esta entrada: Fragmento de "Pentecostés", óleo sobre lienzo del Greco (1600), conservado en el Museo del Prado, Madrid.
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