Homilía en el
XIX Domingo del Tiempo Ordinario
¿9 de Agosto de 1987?
R.P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu
(Audio - 19' 17")
XIX Domingo del Tiempo Ordinario
¿9 de Agosto de 1987?
R.P. Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu
(Audio - 19' 17")
No sabemos los años en que el padre Alberto Ezcurra, de feliz memoria, predicó los sermones que publicamos (no obstante parecernos, por un acontecimiento político mencionado, que uno dataría de 1987); pero, habiéndonos sido imposible grabar las homilías correspondientes a los domingos XIX y XX del Tiempo Ordinario, nos parece oportuno completar nuestro ciclo con su prédica maravillosa. Decimos "sermones" porque nos hemos tomado la libertad de unir dos de ellos (referidos al mismo tema) en la presente publicación.
En las Sagradas Escrituras, el mar es símbolo del mundo, sus fragilidades, cambios y peligros. El rugido del mar y de las olas es, además, el ruido del mundo que entorpece la oración; porque el Verbo de Dios, cual suave brisa que se dirige al corazón del hombre, habla en silencio. Solo Jesucristo, Dueño del tiempo y de la historia,señorea los elementos y nos da seguridad y confianza. No en vano se lee en los umbrales de muchos conventos y en las cúpulas de innumerables iglesias: "Crux Stat, Dum Volvitur Orbis" ("La Cruz permanece mientras el mundo cambia"). Y para que tengamos sólido cimiento, ha puesto como piedra basal de su Iglesia a Pedro, roca vicaria de la Roca verdadera, que se mantiene a flote, no por su sola fuerza sino por el llamado del Señor.
La Iglesia de Cristo es divina por estar fijada en la eternidad de Dios, más allá de las agitaciones, turbaciones y modas de los hombre, y en cuanto divina puede caminar sobre las aguas; pero también es humana en sus miembros y sufre agitaciones que en ocasiones parecen hundirla. Por eso, a lo largo de 2000 años, muchos herejes, libre pensadores y tiranos han anunciado su fin. Sin embargo una y otra vez, la Iglesia, por la gracia de Dios, ha vencido la tempestad y seguirá adelante hasta el fin de los tiempos, para que se cumpla la promesa de su Divino Esposo y Fundador: "Las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16, 18).
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