viernes, 2 de agosto de 2013

Monición - XVIII Domingo durante el Año


Monición para el XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Ciclo C

"Bienaventurado el que amasa riquezas para Dios"


¡Necio! ¿El dinero de la injusticia para qué te servira?

En el Evangelio de este domingo, San Lucas utiliza una palabra que suele traducirse en castellano por “avaricia”, y que, como bien sabemos, es uno de los siete pecados capitales. Conviene, pues, que comprendamos con más precisión de qué se trata, de modo que, saboreando mejor la Palabra de Dios, la gracia que de ella brota dé fruto en nuestras almas.

En el griego de San Lucas, la voz por él empleada para designar a la avaricia es el vocablo pleonexia, que tiene que ver con el verbo pléo, que significa navegar; y con el sustantivo ploion, barco, nave, y aún con el verbo plyno, bañar, de donde viene el latino pluvia, y el castellano 'lluvia'.
De ahí la conocida expresión “lluvia de dinero” con la que suele designarse el ansia del que anhela y ambiciosa desordenadamente la posesión de bienes perecederos.

Pero también, y sobre todo, la raíz original del término avaricia (pleonexia) es la del verbo pléso, llenar, y la del adjetivo pleos, lleno -plenus en latín-. De allí sacarse un pleno en la ruleta. De ahí el griego plutos, riqueza, de donde viene 'plutocracia'.

De tal manera que lo que nuestra traducción vierte como 'avaricia', en realidad no quiere significar 'conservar', 'guardar', 'dejar de gastar', 'almacenar en las arcas o el colchón' lo que uno tiene, sino más bien 'querer tener cada vez más', tratar de llenarse con lo que no puede nunca llenar... y, por ello, desear sin límites.

Mejor, entonces, debería traducirse pleonexia como codicia.
Codicioso es, pues, el que vive motorizado por el querer poseer cada vez más, pensando que su alma quedará satisfecha con la abultada posesión de riquezas.

Sin embargo, nos advierte el Señor, no hay más que una sola riqueza, imperecedera, eterna, infinita, amable y deseable por el creyente: Él mismo. Pues solo Dios sacia y excede el deseo del corazón humano, mientras que las riquezas idolatradas por el hombre no hacen más que distraerlo y hundirlo, haciéndole perder, en definitiva, el bien eterno, la riqueza divina, el tesoro del cielo.

Hagamos nuestras las hermosas palabras de San Agustín: “Tú quieres amar con exceso tus cosas, y por tus bienes, bajar el corazón del cielo. Queriendo atesorar en la tierra, pretendes oprimir a tu alma” (Sermón 107).

Y supliquemos la protección celeste contra el demonio de la codicia, diciendo:  ¡Oh Señor, nuestro Dios, nuestro Redentor, Cristo Jesús, nuestra mejor parte, nuestra herencia eterna, no permitas que los bienes de este mundo, por más seductores y atrayentes que fueran, puedan apartarnos de Ti! ¡Recuérdanos siempre que sólo Tú, amado Señor, eres nuestro ansiado tesoro, el cielo prometido, la dicha bienaventurada!


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1 comentario:

Anónimo dijo...

¡CODICIEMOS A CRISTO!