miércoles, 3 de julio de 2013

Monición - XIV Domingo durante el Año


Monición para el XIV Domingo del Tiempo Ordinario



Hacia el final del Evangelio según San Mateo el Señor pronuncia el “Euntes”, esto es, el mandato que dio a sus discípulos de ir por todo el mundo y anunciarlo a Él, único Salvador, de bautizar, convertir a los paganos en hijos de Dios y hacer presente la obra de la redención en el mundo; en una palabra, engendrar hijos para el cielo.
Esa y no otra es y será siempre la misión de la Iglesia Católica, si quiere ser fiel a su Señor y Dios: la maravillosa e inmerecida misión de los cristianos.

En el Evangelio de este domingo, el texto sagrado vuelve sobre lo mismo, en el relato memorable del envío de sus discípulos en medio de lobos, a predicar el Reino de Dios, su salvación, su gracia y el fruto de ella, que es la paz.

Ciertamente la paz del Evangelio nada tiene que ver con aquel irenismo –falsa paz- que no procura la salvación de nadie, sino la edulcorada y mentirosa convivencia del cristiano con cualquier tipo de pensamiento, religión o deformación de la moral, bajo el pretexto del diálogo y la convivencia fraternal entre los hombres.

Los cristianos sabemos que la paz es fruto de un combate, de una lucha que Cristo nos invita a librar contra el pecado y su instigador, el demonio.
Sabemos también que los fieles soldados de nuestro Rey y Señor, no luchamos con nuestras propias armas, sino con la gracia, la caridad, la paciencia, la perseverancia, la fortaleza y la templanza, entre otras espadas con las cuales nos ha investido.

La paz cristiana surge en el alma de los fieles cuando ven a un hermano ganado para Cristo y para el cielo, lo cual supone la libertad de aceptarlo como Dios verdadero y verdadero Redentor.
Caso contrario, el mismo Señor nos invita a sacudirnos el polvo adherido a nuestros pies, aunque sabiendo que su Reino ha de triunfar.

El mundo neopagano en que vivimos, se mofa de Cristo y pretende vivir sin Él. Cabe preguntar ¿qué hacemos nosotros, sus discípulos y soldados, mientras tantos se pierden? Pues la caridad verdadera no consiste en dejar a los hombres en las tinieblas del ateísmo o en el error de una falsa religión, sino en anunciarles el amor de Cristo; para que los que no lo conocen lo encuentren y los que lo abandonaron regresen al calor de su Sagrado Corazón.

La Iglesia, dispuesta a llenarse del polvo y del cansancio del camino, ha de ganar a los hermanos para Cristo, conduciéndolos a las aguas salvadoras del bautizmo, y a la dulce y confortante ternura de María Santísima, alegría anticipada del cielo.

Para nada serviría si algún día rechazara la misión de su Señor: "Id por todo el mundo... bautizando a las gentes en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".


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