Monición para el
Segundo Domingo de Adviento
9 de Diciembre de 2012 - Ciclo C
Conviene que Él crezca y yo disminuya. |
"Broche precioso que fija sobre el pecho de Cristo, Pontífice Eterno, el doble manto de la Ley y de la Gracia", llamó uno de los Padres de la Iglesia, San Pedro Crisólogo, a Juan el Bautista.
En efecto, él es el lazo, el punto de encuentro entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre la Ley de Moisés y la Gracia de Jesucristo.
Con rancia y agreste figura, con palabra fuerte y vigorosa, es el Adviento hecho persona; por eso todos los años confíale la Iglesia preparar tanto la llegada de Jesús en la próxima Navidad como su Parusía al fin de los tiempos.
Porque así como el oficio maternal de María no se clausuró al recostar a su Hijo en el pesebre, ni la vocación providencial de cada uno de los santos se agota en la fase terrena de su existencia, la misión de Juan el Bautista no ha quedado cerrada con la Encarnación, sino que continúa desde el Cielo hasta la vuelta del Señor.
La Historia de la salvación puede ser considerada como un matrimonio espiritual entre Dios y su pueblo. Por eso fue Israel llamado adúltero cuando, dejando al Divino Esposo, se extraviaba tras los ídolos.
San Juan Bautista es el amigo del Esposo que, en la plenitud de los tiempos y luego del largo Adviento del Antiguo Testamento, se hizo carne para desposar a la Iglesia.
El amigo que, por oficio, preparó a la esposa exhortándola a la conversión, adornándola con la joya de las virtudes y bañándola con el bautismo de penitencia, para finalmente conducirla hasta la casa de su Señor.
Y mientras su gloria resplandece como nunca, el que fue lucero antes del Alba, voz antes de la Palabra, se pierde entre las brumas de la historia señalando por última vez al Señor y diciendo: "Conviene que el crezca y yo disminuya" (Jn 3, 30).
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