viernes, 23 de noviembre de 2012

Cristianismo sin Cristiandad


Liturgia de la Palabra en la

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo
Rey del Universo

22 de Noviembre de 2009

R.P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ

(Audio 20' 39")

¡Para esto he nacido, para esto he venido al mundo!

¡Oiga la Homilía al final del post!


El misterio de la Realeza de Cristo integra visceralmente el conjunto de la doctrina católica, ya que el mismo Señor lo declaró formalmente delante del Tribunal de Pilato, agregando que el misterio de la Encarnación del Verbo estaba dirigido a ese fin: "Para esto he nacido, para esto he venido al mundo".

Cristo ha querido que cada hombre le ofrezca su interior para que en él pueda desplegarse el trono de su realeza, desde donde ha de reinar sobre nuestra inteligencia y nuestra voluntad.

Pero también ha querido hacer patente su realeza en el ámbito social y temporal, como decía Pío XI en su encíclica Quas Primas "no porque los hombres estén en sociedad se independizan del Cristo al que están sujetos individualmente".

"Es necesario que Cristo Reine", contestan unos a su pretensión de reinar socialmente; pero otros dicen "no queremos que éste reine sobre nosotros". Este enfrentamiento explica la historia desde el punto de vista teológico: la ciudad del hombre que batalla contra la Ciudad de Dios.

Hubo un tiempo en que coexistía el orden temporal y el sobrenatural en armoniosa concordia, dijo el papa León XIII, refiriéndose a aquella época que conocemos como la Edad Media, en que la doctrina de Cristo impregnaba el orden temporal dando origen a la Cristiandad.

Pero ese orden fue decayendo a lo largo de los siglos hasta que su total abolición extinguió definitivamente , luego de un extenso itinerario, la Cristiandad.
Hoy sólo nos queda el Cristianismo, personas sueltas no amparadas ni vertebradas en una sociedad que reconozca a Cristo, que tratan de mantener la realeza del Señor en su interior.

Por eso, el combate que contemplamos intenta asaltar este último reducto de la reyecía de Cristo, para expulsarlo del interior de sus fieles por medio de la apostasía, de modo que no se conserve ni siquiera su recuerdo en alma alguna.

Sin embargo, la esperanza en las promesas del Señor nos invitan a no desfallecer, porque al final de este camino nos encontraremos con la victoria definitiva de la Parusía.

Mientras tanto, con el auxilio de nuestro Dios invicto juntemos los dos combates: luchar contra el enemigo exterior y mantener a raya el enemigo interno para que la gracia de Dios enseñoree nuestros corazones.


Oiga la Homilía con calidad Estéreo


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Oro, incienso y birra para tod@s!!

Anónimo dijo...

Su reino no es de este mundo (o al modo de este mundo). La "armonía" entre poder temporal y la Iglesia trajo tantos bienes como males.