Liturgia de la Palabra en el V Domingo de Pascua
La Vid y los Sarmientos
10 de Mayo de 2009
R. P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ
(Audio - 21' 08")
La Vid y los Sarmientos
10 de Mayo de 2009
R. P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ
(Audio - 21' 08")
 Las semejanzas se prestan mejor  que las definiciones para referirse a lo que, por naturaleza, es inefable. Por  eso el Señor utiliza parábolas para describir las tan variadas facetas de  su personalidad.
Las semejanzas se prestan mejor  que las definiciones para referirse a lo que, por naturaleza, es inefable. Por  eso el Señor utiliza parábolas para describir las tan variadas facetas de  su personalidad.Cristo es la Vid Verdadera que ha  llevado a la plenitud la viña del antiguo Israel, no sólo en cuanto hombre sino  como Verbo Encarnado, principio de la Gracia y Cabeza de la Iglesia que,  habiéndose hecho hombre, nos permite insertarnos en su tronco para unirnos a Él  de manera íntima y orgánica y así tener vida.
El pecado atrofia y aún corta  esta unión impidiendo la acción santificante de la Gracia, sangre de la vida  espiritual, sin la cual las cualidades del hombre, por más buenas que parezcan  ser, no podrán dar buenos frutos. El pecado, finalmente, provocará la muerte eterna del sarmiento  que, ya seco, será arrojado al fuego que no tiene fin.
Pero aún a sus amigos, a sus  predilectos, quienes según los criterios mundanos deberían recibir los placeres  de una vida cómoda y sin dificultades: ¡Dios, no solamente permite que otros los  poden, sino que los poda Él mismo! Caen sobre las almas más santas persecuciones  y tribulaciones, terribles dramas interiores y aún la misma muerte.  Es la poda  del Padre que espera un fruto más sabroso. Por eso, bendigamos y besemos la mano  del Dios que nos poda, esa mano que elimina los obstáculos al paso triunfal de  la vida de Cristo.
Pidamos a la Vid de la que brota  el Vino que embriaga nuestros corazones con la sobreabundancia de Dios, y da vida  al mundo,   que, penetrando en nuestro interior con cada Santa Comunión, se  implante en nosotros haciendo que sus afectos y sus voluntades sean los  nuestros, de modo que podamos decir con el Apóstol: "Ya no soy yo quien  vive, es Cristo Quien vive en mí". (Gal 2, 20).
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