lunes, 21 de julio de 2008

Un solo Reino, Santo y Católico

Lecturas y Homilía en el XVI
Domingo del Tiempo Ordinario
R. P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ
(Audio - 29' 03")

Nos hemos preguntado muchas veces por qué Dios permite el accionar de los agentes de iniquidad en el mundo y aún dentro de la Iglesia. La respuesta nos la da el mismo Señor en la primera de las tres parábolas, llamadas de la Misericordia, que se leen en el Evangelio del XVI Domingo del Tiempo Ordinario, cuando ordena a sus operarios que dejen crecer la cizaña (*) junto al trigo hasta la ciega. Porque, en primer lugar, gracias a los malos los buenos pueden ejercitar su caridad, paciencia y humildad hasta llegar al martirio. Además, lo que ahora es cizaña puede ser trigo, el pecador, justo, el Saulo de hoy, quizá sea el Pablo de mañana, pues sólo Dios conoce el interior de cada alma. El momento de distinción llegará el día del Juicio cuando, acabado el tiempo para mudar de vida, los ángeles aten las humanas gavillas que han de ser arrojadas al horno donde será el llanto y el rechinar de dientes.
En la segunda parábola, la del grano de mostaza que llega a ser un gran arbusto, algunos santos padres han visto un símbolo del mismo Cristo que, siendo grande se hizo pequeño en el seno de su Madre y, como dice San Gregorio, "fue grano cuando murió, árbol al resucitar; grano por la humildad de la carne, árbol por el poder de la majestad; primero casi un desconocido viviendo en un pueblo olvidado, ahora dando sombra al mundo con las ramas de su doctrina, sus santos y sus consejos de perfección evangélica". Jesucristo es la piedrecilla que, cayendo de la cumbre en la visión de Daniel, impacta en los pies de la enorme estatua de los poderes de este mundo y la destruye por completo, convirtiéndose ella en montaña que llena la tierra. Cristo no cayó como un monte sino como piedra pequeña, no derrocó la altivez del poder tiránico del Demonio con el peso de su Divinidad, sino que lo hirió con lo que tenía de más humilde: su sudor, su sangre vertida, la prisión, la condena, la muerte.
La catolicidad de la santa Iglesia de Jesucristo, es la levadura en acción de la tercera parábola del Reino. Y aunque para muchos sea una religión entre otras, con su nombre ella protesta contra tal manera de ver las cosas porque tiene vocación de totalidad, ansias de abarcarlo todo superando la historia y la geografía. Ya era católica en la sala de Pentecostés y lo seguirá siendo aunque apostasías masivas le hagan perder la mayoría de sus fieles. Porque Jesucristo, introduciéndose primero en su humanidad por la Encarnación, ejerce a través de la Iglesia su acción sobre toda la masa de la historia y de la sociedad, penetrándola, reuniéndola, fermentándola y compactándola hasta que llegue a ser la Cristiandad. Por eso esta parábola es un llamado al celo apostólico, a no reducir nuestro cristianismo a lo individual; debemos luchar para que Cristo reine en todos los ámbitos y nada escape al espíritu del Evangelio. Como dice San Juan Crisóstomo "si sólo doce hombres fermentaron casi toda la harina del mundo entero, piensa cuánta es nuestra malicia e indolencia pues a pesar de ser innumerables no podemos convertir a un puñado de hombres".
¡Qué así como un poco de fermento asimila toda la masa, el Cuerpo vivificante de Cristo, entrando en nuestro cuerpo, lo mude todo en sí hasta hacerlo inmortal; y qué nuestros corazones, enamorados del Señor, sean un reflejo de la catolicidad de la Iglesia!

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