Meditación para el IV Domingo de Adviento
Ciclo A
"El Señor hizo en mí grandes cosas" |
Anunció el profeta Isaías la unión misteriosa y magnífica entre la Virginidad y la Maternidad: "Una virgen concebirá y dará a luz un hijo..." (Is 7,14), profecía que se cumple en María Santísima, Virgen y Madre por excelencia, en cuyo seno purísimo se unen en cruz, la estirpe de David, que horizontalmente entronca al Redentor con la historia humana, y el Espíritu Santificador que viene de los alto.
La virginidad, transposición del amor humano al amor Divino hoy tan burlada, es una de las grandes virtudes de María Santísima; por eso le decimos ante todo: "La Virgen".
No obstante, en la Anunciación se destacan otras dos de sus virtudes: La humildad y la magnanimidad:
- La humildad, virtud mariana que más enamoró a Dios de tal modo que dice el Magníficat: "miró la humildad de su esclava", es el fruto de nuestra relación con Él, de quien hemos recibido todo lo que tenemos y sin el cual nada somos. Es un vaciarse de si mismo para llenarse del Señor; de modo que el vacío perfecto de la humildad de María, provocó el vértigo de Dios que se abaja y la llena plenamente hasta la última célula, anidando su Omnipotencia en la impotencia de ella.
- La Magnanimidad, virtud propia de las almas grandes, nos invita a las obras magnas sin opugnar a la humildad; pues quien esté más lleno de Dios dará mayores frutos.
María Santísima, que canto en el mismo himno "hizo en mí grandes cosas", desposó estas dos virtudes cuando en su seno comenzó la más grande hora de la Historia: la Salvación.
En este Cuarto y último domingo de Adviento, ante la inminencia de la fiesta del Salvador, alegrémonos serenamente manteniendo una actitud de recogimiento interior y de oración, acompañada por el ayuno (aunque ya no preceptivo en la disciplina actual, pero sí recomendable) especialmente en la vigilia de Navidad.
Así lo ha hecho siempre la Iglesia, como conteniendo la alegría que será desbordante en la gran fiesta de la Navidad, y que es equivalente, pero en menor grado, a la de la Pascua.
"Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria virgine", rezamos en el credo; ése misterio que profesamos con los labios es además una verdad de fe que se hace de nuevo presente ante nuestros ojos para adorarle, para acogerle, para recibirle.
La contemplación del misterio de la Encarnación nos otorgará renovadas fuerzas para santificarnos en el combate diario que se deriva de las obligaciones de nuestro propio estado, y también del combate exterior de la fe, del ejercicio de las buenas obras y de las virtudes que vemos en Cristo, ya desde su nacimiento.
Acompañemos a Nuestra Señora con estas disposiciones en estos pocos días que quedan, pidiéndole que, así como preparó la humilde cuna de Belén con las pajas del pesebre, prepare nuestra pobre alma para que pueda en ella recostarse dignamente el Cristo eucarístico.
En este Cuarto y último domingo de Adviento, ante la inminencia de la fiesta del Salvador, alegrémonos serenamente manteniendo una actitud de recogimiento interior y de oración, acompañada por el ayuno (aunque ya no preceptivo en la disciplina actual, pero sí recomendable) especialmente en la vigilia de Navidad.
Así lo ha hecho siempre la Iglesia, como conteniendo la alegría que será desbordante en la gran fiesta de la Navidad, y que es equivalente, pero en menor grado, a la de la Pascua.
"Et incarnatus est de Spiritu Sancto ex Maria virgine", rezamos en el credo; ése misterio que profesamos con los labios es además una verdad de fe que se hace de nuevo presente ante nuestros ojos para adorarle, para acogerle, para recibirle.
La contemplación del misterio de la Encarnación nos otorgará renovadas fuerzas para santificarnos en el combate diario que se deriva de las obligaciones de nuestro propio estado, y también del combate exterior de la fe, del ejercicio de las buenas obras y de las virtudes que vemos en Cristo, ya desde su nacimiento.
Acompañemos a Nuestra Señora con estas disposiciones en estos pocos días que quedan, pidiéndole que, así como preparó la humilde cuna de Belén con las pajas del pesebre, prepare nuestra pobre alma para que pueda en ella recostarse dignamente el Cristo eucarístico.
¡Ilustra esta entrada: "La Anunciación" (1472), óleo al temple sobre madera de Leonardo da Vinci, que se expone en la Galería Uffizi de Florencia.
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5 comentarios:
Hola, hola, tradijirijillos!!! Mucho calor en la caverna? Bueno, a apechugarla y adelante con la locura!
Muy bueno. Pero es imposible que estas personas de horizontes tan estrechos sean conscientes que se encuentran en absoluta oposición a la razón. Si por ellos fuera aún nos encontraríamos torturando “brujas” y persiguiendo a quienes hacen uso de la maravillosa capacidad que poseemos los seres humanos para comprender nuestro entorno y progresar como especie.
progresar como especie jajajjajja
andá a comerte un sandwich de darwin a la plancha andaaa
mucho calor en el infierno sienten los que se burlaron de las cosas de Dios anónimo 14:06
El "SÍ", ese sí, que es impulsado a proclamar por la entrega a Su Señor, de María Virgen, es comparable a la entrega de Dios Hijo a Dios Padre para para encarnarse y humillarse, haciéndose hombre por amor a las criaturas, hechas a semejanza de Dios y que se volvieron contra Él.
Mas Él, Amor infinito, no se vuelve contra ellos y envía, por medio del Espíritu Santa, a encarnarse, en el Bendito Vientre de su sierva María a nuestro Salvador.
¿Puede alguien, que se declame católico, no entender la grandiosidad, la magnificencia,
de estos inmerecidos gestos de amor y humildad en los má grandes seres de la creación?
Nosotros, los católicos decimos:
"BENDITA TU ERES ENTRE TODAS LAS MUJERES Y BENDITO ES EL FRUTO DE TU VIENTRE, JESÚS".
En Cristo y María.-
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