Monición para el XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
"Quien quiere seguirme, niéguese a sí mismo"
Durante su último viaje hacia Jesuralén, rodeado de la multitud que lo seguía, el Señor nos dejó las dos parábolas del Evangelio de este Domingo que nos hablan de la virtud de la Prudencia.
Jesús, que desdeñaba la propaganda facilista de un Cristianismo inocuo, comenzó enseñando a sus discípulos que acompañarlo no sería cómodo ni halagüeño, ni privilegio de la carne y de la sangre, sino ardua empresa, hija de un ánimo desprendido y resuelto, cuya acometida requiere no sólo valor heroico sino una profunda y madura deliberación.
La Prudencia, que está fundada en la humildad, manda sopesar las razones antes de obrar; como así también, luego de decidir, dar los pasos necesarios para llegar al cumplimiento del objetivo deseado.
San Gregorio Magno dijo "debemos premeditar todo lo que hacemos; si deseamos concluir la torre de la humildad, debemos prepararnos primero contra las adversidades de este mundo".
Frente al peligro de abandonar la construcción de la torre, o de ceder a la temeridad de una lucha perdida de antemano, se impone la prudencia que nos permite vencer la pereza de la inacción, y superar la tentación de la temeridad; dos extremos opuestos a esta virtud.
Un gran teólogo del Siglo XVI, Alfonso Salmerón, nos ha dejado estas palabras "Cristo, para enseñar a los suyos que deben ejercitarse en la acción y en la contemplación, dijo dos parábolas: una sobre la torre que debe ser edificada, símbolo de la vida contemplativa, porque desde la torre se avizora lejos.
La otra, sobre la guerra contra un rey adversario, es tipo de la vida activa. Oponerse a los adversarios y luchar contra las propias pasiones y vicios, es lo propio de quienes se inician en el camino de Dios, y son como los primeros elementos de la vida perfecta".
La decisión radical de ponerse en el camino de Cristo, que no es obligación sólo de los consagrados, significa sacrificar la existencia terrena y estar dispuesto a seguirlo hasta la propia muerte. En el convencimiento de que la salvación se logrará sólo mediante un heroico trueque: no aferrarse a la vida sino arriesgarla, para que sea el mismo Dios quien la salve.
En la santa Misa, escuela de mártires, pidámosle al Señor, fuente de todo martirio, que nos conceda la gracia de radicalizar nuestro Cristianismo, uniendo la contemplación y la acción, y aceptando gozosamente todas las cruces que nos quiera enviar, incluso la del martirio.
Jesús, que desdeñaba la propaganda facilista de un Cristianismo inocuo, comenzó enseñando a sus discípulos que acompañarlo no sería cómodo ni halagüeño, ni privilegio de la carne y de la sangre, sino ardua empresa, hija de un ánimo desprendido y resuelto, cuya acometida requiere no sólo valor heroico sino una profunda y madura deliberación.
La Prudencia, que está fundada en la humildad, manda sopesar las razones antes de obrar; como así también, luego de decidir, dar los pasos necesarios para llegar al cumplimiento del objetivo deseado.
San Gregorio Magno dijo "debemos premeditar todo lo que hacemos; si deseamos concluir la torre de la humildad, debemos prepararnos primero contra las adversidades de este mundo".
Frente al peligro de abandonar la construcción de la torre, o de ceder a la temeridad de una lucha perdida de antemano, se impone la prudencia que nos permite vencer la pereza de la inacción, y superar la tentación de la temeridad; dos extremos opuestos a esta virtud.
Un gran teólogo del Siglo XVI, Alfonso Salmerón, nos ha dejado estas palabras "Cristo, para enseñar a los suyos que deben ejercitarse en la acción y en la contemplación, dijo dos parábolas: una sobre la torre que debe ser edificada, símbolo de la vida contemplativa, porque desde la torre se avizora lejos.
La otra, sobre la guerra contra un rey adversario, es tipo de la vida activa. Oponerse a los adversarios y luchar contra las propias pasiones y vicios, es lo propio de quienes se inician en el camino de Dios, y son como los primeros elementos de la vida perfecta".
La decisión radical de ponerse en el camino de Cristo, que no es obligación sólo de los consagrados, significa sacrificar la existencia terrena y estar dispuesto a seguirlo hasta la propia muerte. En el convencimiento de que la salvación se logrará sólo mediante un heroico trueque: no aferrarse a la vida sino arriesgarla, para que sea el mismo Dios quien la salve.
En la santa Misa, escuela de mártires, pidámosle al Señor, fuente de todo martirio, que nos conceda la gracia de radicalizar nuestro Cristianismo, uniendo la contemplación y la acción, y aceptando gozosamente todas las cruces que nos quiera enviar, incluso la del martirio.
Ilustra esta entrada: "Alegoría de la Prudencia", óleo sobre tabla del pintor florentino Girolamo Macchietti (1535-1592), que pertenece a una colección privada.
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