El Mandamiento Nuevo
El mandato del amor al prójimo como a uno mismo ya se encontraba en el Antiguo Testamento; sin embargo el Señor, al darnoslo en el Evangelio de hoy, nos dice que es nuevo pues la novedad viene dada por el modo de amar: "amaos los unos a los otros como Yo os he amado".
En el estado de naturaleza caída el hombre no era capaz de amar a Dios por sobre todas las cosas. Por eso Jesucristo vino, no sólo a curar la naturaleza con su gracia, sino también a elevarla por encima de sí misma, de modo que seamos capaces de amar a Dios con amor sobrenatural, como Él se ama a si mismo.
De manera semejante, después del pecado original el hombre no era capaz de amar al prójimo adecuadamente. La venida de Cristo cura y eleva la naturaleza humana de modo que la hace capaz de amar al prójimo, no sólo naturalmente, sino como el Señor nos amó en su vida terrestre hasta la muerte.
El mandamiento nuevo consiste entonces en amar imitando a Jesucristo, amar con su fuerza sobrenatural: amar con Él, en Él y por Él.
Pero desgraciadamente en nuestra época hay una crisis de estos dos amores: hay muchos, aún dentro de la Iglesia, que tienen a Dios fuera de su área de interés, de modo que ha pasado a ser el gran marginado.
De ese modo se diluye también el amor al prójimo que no puede ser verdadero, pues solo será capaz de amar hasta la muerte un corazón que rebose de amor a Jesucristo; piedra en la que se basa la verdadera Caridad.
Si en tiempos pasados se pudo decir, quizá con injusticia, que el amor de los cristianos estaba centrado en las devociones con detrimento del prójimo, en nuestra época se corre el peligro opuesto: creer que basta con ser solidario para cumplir con el mandamiento de la Caridad.
En la Cruz el Señor nos dio cátedra de estos dos amores: clavado verticalmente sobre el madero, en gesto de amor al Padre ofendido, reconcilió el cielo con la tierra. Y extendiendo horizontalmente sus brazos sobre el otro travesaño, quiso abarcar todos los tiempos, desde el Génesis al Apocalípsis -como queriendo abrazar la Historia entera sobre su propio corazón-, y reunir a todos los hombres que han existido y existirán, para llevarlos a la casa del Padre.
Sólo es cristiano quien, imitando esta doble actitud de Cristo, lleva día tras día sin disociarlos, el travesaño vertical y el horizontal de una cruz donde se deben encontrar, en dependencia el segundo del primero, los dos mandamientos de la Caridad.
Pidámosle al Señor que nos deje ser clavados con Él en la Cruz, conjugando en nuestro corazón el amor a Dios con el amor a los hombres.
En el estado de naturaleza caída el hombre no era capaz de amar a Dios por sobre todas las cosas. Por eso Jesucristo vino, no sólo a curar la naturaleza con su gracia, sino también a elevarla por encima de sí misma, de modo que seamos capaces de amar a Dios con amor sobrenatural, como Él se ama a si mismo.
De manera semejante, después del pecado original el hombre no era capaz de amar al prójimo adecuadamente. La venida de Cristo cura y eleva la naturaleza humana de modo que la hace capaz de amar al prójimo, no sólo naturalmente, sino como el Señor nos amó en su vida terrestre hasta la muerte.
El mandamiento nuevo consiste entonces en amar imitando a Jesucristo, amar con su fuerza sobrenatural: amar con Él, en Él y por Él.
Pero desgraciadamente en nuestra época hay una crisis de estos dos amores: hay muchos, aún dentro de la Iglesia, que tienen a Dios fuera de su área de interés, de modo que ha pasado a ser el gran marginado.
De ese modo se diluye también el amor al prójimo que no puede ser verdadero, pues solo será capaz de amar hasta la muerte un corazón que rebose de amor a Jesucristo; piedra en la que se basa la verdadera Caridad.
Si en tiempos pasados se pudo decir, quizá con injusticia, que el amor de los cristianos estaba centrado en las devociones con detrimento del prójimo, en nuestra época se corre el peligro opuesto: creer que basta con ser solidario para cumplir con el mandamiento de la Caridad.
En la Cruz el Señor nos dio cátedra de estos dos amores: clavado verticalmente sobre el madero, en gesto de amor al Padre ofendido, reconcilió el cielo con la tierra. Y extendiendo horizontalmente sus brazos sobre el otro travesaño, quiso abarcar todos los tiempos, desde el Génesis al Apocalípsis -como queriendo abrazar la Historia entera sobre su propio corazón-, y reunir a todos los hombres que han existido y existirán, para llevarlos a la casa del Padre.
Sólo es cristiano quien, imitando esta doble actitud de Cristo, lleva día tras día sin disociarlos, el travesaño vertical y el horizontal de una cruz donde se deben encontrar, en dependencia el segundo del primero, los dos mandamientos de la Caridad.
Pidámosle al Señor que nos deje ser clavados con Él en la Cruz, conjugando en nuestro corazón el amor a Dios con el amor a los hombres.
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