Monición para la Solemne Vigilia Pascual
Durante el Sábado que acaba de terminar la Iglesia, esposa doliente de Cristo, permaneció inmóvil como una viuda junto a la tumba del Señor, que yacía con el reposo del Sábado de la Segunda Creación.
Nosotros, que aguardábamos junto a ella, nos alegramos ahora con el cielo, la tierra y los abismos, por la Resurrección del Rey Victorioso que, entreabriendo del Paraíso sus clausuradas puertas, ascendió primero para guiar la expectante caravana que habría de seguirlo. Por eso la Resurrección del Señor es vida para los que duermen, perdón para los pecadores y gloria para los santos.
El huerto sepulcral de Arimatea, oscuro como esta noche, donde el Viernes reposara el Señor, amaneció iluminado el Domingo por el esplendor de su flor más hermosa. Y al reflorecer la carne yerta de Cristo, la naturaleza entera lo acompañó con sus mejores fastos vistiéndose de flores; pues toda creatura quedó invitada a festejar el día grande y majestuoso que hizo el Señor.
La luz del Cirio que iluminó la oscuridad de la noche al principio de esta solemne celebración, es símbolo de Cristo que ha venido a disipar las tinieblas del pecado en que vivían los hijos de Adán. Dios, que es Luz en su Verbo, se ha encarnado, muerto y resucitado para que, iluminados nuestros ojos con su resplandor, avancemos de claridad en claridad hasta quedar encandilados un día por toda la eternidad. El que es Luz quiso ser luz nuestra.
La Resurrección, que es el último hecho de Cristo visible en la tierra por el cual encuentran sentido todas las profecías del Antiguo Testamento, es, al mismo tiempo, tanto el primer acontecimiento de nuestra historia sobrenatural como el fundamento de nuestro bautismo.
Por eso la alegría que se canta en el Exultet o Pregón Pascual, es la alegría cósmica, la alegría de un mundo regenerado, del hombre reconciliado consigo mismo y con su Señor. Es la alegría de la Iglesia, de los ángeles victoriosos sobre los demonios definitivamente abatidos.
En este día, en que Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado, conviene que el Señor sea alabado de una manera más gloriosa. La Eucaristía cotidiana, hoy es iluminada por los fulgores de la gloriosa resurrección bañada en el agua siempre fresca de nuestro bautismo, para dar comienzo al tiempo pascual.
Pidamos al Señor Resucitado que, al igual que a los Apóstoles, nos permita comer y beber con Él durante cuarenta días, meditando junto a la santísima Virgen, todas estas cosas en nuestro corazón
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