martes, 30 de octubre de 2012

4 - Lo que jamás los ojos vieron


XXXII Congreso Internacional de Buenos Aires

Solemne Apertura y Día del Sumo Pontífice

10 de Octubre de 1934

(Video: 08 29")

La Nación Argentina ante el Trono de Dios

Al final de este post se pude ver la segunda parte del video sobre el Congreso, incluyendo un mensaje del entonces Patriarca de Lisboa Cardenal Dr. Manuel Gonçalves de Cerejeira; y el texto completo de la Bula Pontificia que designaba al Cardenal Legado. Ver artículo precedente de la serie AQUÍ.


Y sobre la enorme ciudad, ... floreció la milagrosa primavera del Congreso Eucarístico.

Podrán pasar mil años de prevaricaciones, como un torrente de lodo, pero no se borrará la marca divina que el Congreso Eucarístico grabó en el corazón de la ciudad.
Ni en los tiempos apostólicos, ni en las Catacumbas, ni en las Cruzadas, los ojos vieron, ni los oídos oyeron confesiones de fe colectiva como las que desbordaron en las calles atónitas de la la inmensa capital.

Porque Buenos Aires que conocía toda suerte de pecados, era inocente, por rara misericordia, del pecado nauseabundo de la blasfemia, que ha contaminado a otros pueblos.
Durante cinco días se estancó la vida comercial, política y social. No hubo interés ni curiosidad, ni tiempo para otras cosas. Días radiantes, noches de claras estrellas. Amistad en manos desconocidas. Dulzura en labios amargos. Fervor contagioso en el aire. Banderas de todas las naciones, y un solo escudo, con un solo símbolo, sobre casi todas las puertas. Buenos Aires se hallaba en estado de gracia.

Hugo Wast - El Kahal-Oro.




Fragmentos extraídos de la crónica del diario La Nación del día en que se abrió el Congreso nos cuentan:

Miércoles 10 de octubre de 1934, en Palermo, Día del Papa, día amanecido antes que el cielo, en millares de almas que marcharon desde todos los puntos de la metrópoli y hacia la gigantesca cruz, nerviosas, vibrantes, ansiosas de vivir horas sublimes. ¡Qué espectáculo magnífico, indescriptible, profundamente emocionante, desfiló ante el cronista en la mañana de ayer!... 
¡Qué tarea imposible (para el cronista), pero cuán gratísima e inolvidable! Ante labores como ésta, se agiganta el espíritu, fluyen misteriosas energías, y se dilata el mismo corazón para resistir la prueba.

Así, ayer, desde no importa qué alta torre estratégicamente enfilada ante la magna cruz, vimos el espectáculo primero: la muchedumbre marchando en caravanas nutridas, a paso militar, desafiando el frío matinal, haciendo a cada paso una afirmación de fe y voluntad.

Y después, lo más penetrante, el acto sagrado del sacrificio ante el altar de Dios en un cielo de gloria sobre una humanidad prosternada, en un ambiente físico y espiritual vecino a lo irreal, casi de ensueño. Y aún más, porque la mañana iba a ser fecunda de emociones para el cronista lanzado en ese mar de gentes, la palabra de los príncipes de la Iglesia, el latín grave y profundo de la bula pontificia, resonando en aquel grande ámbito luminoso de Palermo, sobre la cruz, casi como si fuera la misma palabra de Dios.... 

A la izquierda de la escalinata roja y gualda sobre el portón del jardín zoológico, se alza la gran tribuna, donde se alinean como pájaros blancos, los quinientos seminaristas de las Scholas Cantorum.

Sector del Coro de más de 500 voces.

Es imponente la visión que ofrece la prolongación de la Avenida Sarmiento hasta bajo los puentes del ferrocarril. Allí, desde el emplazamiento de la Cruz hasta cerca de los terrenos próximos al río, en medio de las erguidas palmeras que hacen siempre delicioso ese lugar, se extiende una masa humana homogénea, en un conjunto hermoso; diez mil, veinte mil, acaso más niñas vistiendo albos hábitos religiosos que forman como un río de nieve. Y a la derecha de esta inmensa y amplia columna de escolares otras, formadas por señoras que visten hábitos negros. El contraste, realzado por la belleza natural de la perspectiva, es de un magnífico esfuerzo visual. Pero apenas nos volvemos, el tramo que de la Avenida Alvear hacia el norte aparece impresionante, parece querer romper la retina…


La multitud en el primer día del Congreso

Oímos desde los altoparlantes: ‘¡Atención! Dentro de poco va a comenzar la magna ceremonia… Ubíquense pronto, sigan las indicaciones…Palermo presenta un aspecto jamás visto:… Es maravilloso… Están volando aviones sobre la muchedumbre que es cada vez más densa… Vivimos un instante de honda emoción…El coro va a comenzar el Himno Nacional, apúrense los que van por calles alejadas... 
Y finalmente se anuncia la llegada del Presidente de la República. En ese momento resuena en todo Palermo, poblando el ámbito inmenso y luminoso, el preludio del Himno Eucarístico, cantado por los quinientos seminaristas que desde el mirador podemos ver en la gran tribuna ….

 Allá arriba en su cabina, Monseñor Napal estaba enmudecido y transfigurado, con la cabeza reclinada en el cristal. Abajo, en las hileras de los bancos reclinatorios, no había un rostro que no reflejara una vivísima emoción. Niñas, señoras ancianos, los antes imposibles agentes de policía, denotaban sin poder ni querer evitarlo, que la ceremonia iba ganándoles el alma.

A las diez de la mañana se inició la Misa rezada por Monseñor Copello, en presencia del Cardenal Legado, Cardenales, obispos, el resto del clero, religiosos y la multitud de fieles, encabezados por el Presidente de la Nación y su señora, junto con ministros y autoridades, en ese ambiente de gloria y de emocionada piedad que describe el periodista en la crónica transcripta.

La Misa fue acompañada con los cánticos de ese coro de excepcional calidad artística, dirigido por el presbítero maestro Tomás Solari. Al concluir la Misa, el Arzobispo de Buenos Aires entonó el primer verso del Veni Creator Spiritus, que continuó el coro con sus 560 voces de las numerosas Scholas de seminarios y noviciados del país. Nunca nuestro país había sido conmovido por los cánticos de un coro semejante. A continuación se leyeron las Bulas Pontificias, al principio en Latín y luego en Castellano (La publicamos abajo).

Seguidamente se oyó el discurso inaugural del Arzobispo de Buenos Aires, Dr. Santiago Luis Copello. Luego habló el Presidente del Comité Permanente para los Congresos Eucarísticos Internacionales, Mons. Tomás Luis Heylen, y finalmente se oyó el discurso del Legado Pontificio Cardenal Pacelli, que comenzaba así:
"En este momento solemne quiero que mis primeras palabras sean de agradecimiento y saludo. Ante todo el Excelentísimo Señor Presidente de la República que como jefe supremo del Estado tan dignamente personifica la Nación entera, y que se ha complacido en honrar, rodeado de ilustres miembros del gobierno, esta sesión inaugural;...
 La hora presente es un amanecer de primavera. Primavera es todo Congreso Eucarístico, porque es el momento en que con más abundancia y lozanía se abren las flores de las almas para esparcir los aromas de su fe y de su amor en torno del tabernáculo. Este congreso lo es además, porque estamos envueltos en un ambiente primaveral. Una primavera terrenal hecha símbolo de otra espiritual"

Al terminar esta ceremonia el Arzobispo de Buenos Aires, envió al Papa el siguiente cablegrama:
  • “Santísimo Padre – Iniciado bajo los mejores auspicios el Congreso Eucarístico Internacional, con gran concurso de Eminentísimos Cardenales, Prelados, Sacerdotes y fieles, agradezco envío gran Cardenal Legado e imploro Bendición Apostólica sobre las deliberaciones del Congreso – Santiago Copello, Arzobispo.”
 La respuesta del Papa fue:
  • “Arzobispo Copello – Santo Padre vivamente gradeado annunzio dall’Eccellenza Vostra relativo inaugurazone Congreso Eucaristico mondiale, impartendo convenuti Apostolica Benedizione auspica che svolgimento, esito, frutto, sieno pari splendidi inizi magnifica celebrazioni. –Ottaviani, Sustituto”.
Esa noche, en la Basílica del Santísimo Sacramento, más de mil quinientos sacerdotes, argentinos y extranjeros, participaron en una Hora Santa, al final de la cual se oyó la prédica de Mons. Miguel de Andrea.

El templo se había convertido en un haz de luz y el altar de la exposición estaba exquisitamente adornado con tres mil claveles blancos. El Legado Papal estaba ubicado en el centro del presbiterio y a sus lados el Cardenal Patriarca de Lisboa y el Cardenal Primado de Polonia. Los Arzobispos estaban ubicados en el Coro y los obispos en la fila central de bancos.
La misma ceremonia se repitió esa noche en varias parroquias de Buenos Aires.

La Hora Santa en la Basílica del Santísimo Sacramento



Película sobre el

XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Bs. As.
Segunda  Parte

10 de Octubre de 1934

Apertura del Congreso y Día del Papa


"El Congreso Eucarístico fue un milagro; más de dos millones de fieles participantes sintieron que el Papa estaba acá, con nosotros, y que el triunfo de Nuestro Señor era, al mismo tiempo, un triunfo del Papa y de la Iglesia y de todo cuanto de social, de grande, de sobrehumano, de divino, la Iglesia y el Papa son, representan y proclaman. (San Luis Orione, en carta a sus religiosos, Victoria, 4 de Noviembre de 1934).

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Apertura del Congreso y Día del Papa

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Bula Pontificia designando al Cardenal Legado


 A Nuestro amado Hijo Eugenio del Título de los Santos Juan y Pablo, de la Santa Romana Iglesia Presbítero Cardenal Pacelli, Nuestro secretario de Estado:

Pío Papa XI
Amado Hijo Nuestro, Salud
y Bendición Apostólica.

Con sumo regocijo hemos comprendido que la República Argentina no quería ceder a ninguna otra nación la primacía en la preparación del triunfo de la divina Eucaristía. Y no queda en todo el orbe, nación aún la más distante, que no haya oído la cálida voz del pueblo argentino, invitando suavemente a celebrar con extraordinaria magnificencia, el primer Congreso Eucarístico Internacional de la América Latina. Tanto los prudentes Pastores eclesiásticos, mediante oportunas exhortaciones y piadosas obras de religión, cuanto los egregios Magistrados civiles mediante adecuadas determinaciones y preparados discursos, no han cesado de enfervorizar el espíritu de los fieles cristianos, para celebrar con insigne brillo esta sagrada fiesta. Y principalmente los habitantes de Buenos Aires, presididos por el Arzobispo y los gobernantes de la ciudad, sin cesar se aplican con suma atención y cuidado, a emular muy dignamente, mediante el empeño y las energías de todos, las antiguas loas de la religión y la tradicional veneración y culto de los antepasados al Augusto Sacramento. Porque la ciudad de Buenos Aires no sólo se distingue y domina por su amplitud, por la muchedumbre de sus habitantes, por la hermosura de sus edificios y calles, por las ciencias y las artes y por el intercambio comercial marítimo, sino que también brilla honrosamente por la virtud de la fe cristiana y por la devoción a la Sagrada Eucaristía. Estamos seguros, pues, que los hijos de esa gloriosa ciudad, renovando en las próximas solemnidades los actos de sus mayores, darán felizmente a todo el orbe católico, un memorable ejemplo de fe y de religión. Con lo que, a fin de acrecentar con Nuestra participación los públicos homenajes que han de tributarse al Augusto Sacramento, y aumentar la alegría de nuestros amadísimos fieles, por Nosotros mismos presentes en cierto modo, a ti, Amado Hijo Nuestro que con Nosotros y a Nuestro lado desarrollas una asidua y diligentísima labor en el gobierno de la Iglesia universal, por estas Letras te elegimos y constituimos Nuestro Legado, como ya antes hemos anunciado, para que de acuerdo con tu amplísima dignidad de Padre purpurado y el preclaro cargo que desempeñas, y al mismo tiempo, de acuerdo con tu singular veneración y piedad hacia el admirable Sacramento, representes Nuestra persona, y presidas en Nuestro nombre y con Nuestra autoridad, el Congreso Eucarístico Internacional que próximamente ha de celebrarse en la ciudad capital de los Argentinos. Sabemos que son de suma importancia y utilidad los temas que han de tratarse en las sesiones públicas, de los cuales, el principal es el del reinado de nuestro dulcísimo Redentor, fielmente reconocido y firmemente establecido en los hombres, ya aislados, ya reunidos en sociedad. ¿Qué cosa más apta para conservar y multiplicar los frutos del Año Santo recientemente celebrado, que excitar a los fieles de Cristo a abrazar y llevar su yugo?

En tamaña lucha de pasiones, en tan grande peligro de las glorias humanas ¿no aparece acaso más claro que la luz, que no se puede buscar salvación alguna de la cosa pública, fuera del Hijo de Dios que es el Redentor del género humano, y el Gobernador y Príncipe de todo el orbe? En manera alguna dudamos que con esta solemne celebración en la que participarán muchos Padres Purpurados, Obispos y varones eclesiásticos, como también legiones selectas de fieles que se encaminan de todas partes a la República Argentina, no sólo se mostrará clara y manifiestamente con tanta variedad de lenguas y de razas, la universalidad y la unidad de la Iglesia, sino que también aparecerá con esplendido fulgor el firmísimo reinado de Cristo, al que necesariamente se halla sometido todo el género humano.

Confiadamente, pues, Amado Hijo Nuestro, primer Legado “a latere” del Pontífice enviado a América del Sud, emprende este fausto viaje ara desempeñar el nobilísimo cargo. Exhorta con nuestras palabras a todos los que concurran a la ciudad de Buenos Aires, que, adorando a Cristo Rey oculto bajo los velos eucarísticos, y participando de la verdadera vida por medio del celestial banquete, quieran obedecer íntegramente y con agrado las leyes del reinado divino. Si Cristo Nuestro Señor reina en el corazón de cada uno, y en la sociedad doméstica y civil, entonces existirá por cierto en las naciones justicia y abundancia de paz. Lo que, augurando con ánimo paterno a Ti, amado Hijo Nuestro, y a todos cuantos se congreguen en la ciudad de Buenos Aires, impartimos con toda caridad en el Señor la Bendición Apostólica. Dado en Castel Gandolfo, cerca de Roma, el día XVI del mes de septiembre del año 1934, décimo tercero de Nuestro Pontificado. Pío Papa XI, m.p. (con nuestra propia mano)


Las citas de esta entrada han sido tomadas del excelente libro del Sr. Giorgio Sernani titulado: "Dios de los Corazones", Ediciones María Reina (Buenos Aires - 2009); cuya lectura recomendamos.

¡Por favor, deje su comentario!

3 comentarios:

Fernando R. dijo...

Durante toda su vida, mi madre recordó la gloria y la unción de esos días santos en nuestro país, ya que el Congreso Eucarístico fue de toda la Nación Argentina. Hecho irrepetible e impensable hoy, considerando la falta de fe de buena parte del pueblo, y el vergonzoso gobierno que padecemos. Cristo Jesús, en Tí la Patria espera...

Anónimo dijo...

«... considerando la falta de fe de buena parte del pueblo ....», dice el anterior comentarista.
Yo diría que es falso; el pueblo tiene fe, una fe primitiva, disociada, inculta, "mistonga", pero la tiene.
El que no tiene fe es el clero; por eso el pueblo anda a los tumbos, como bola sin manija. Hace poco, el profesor Caturelli sacó un libro donde dice lo mismo que el comentarista, y es una gran falacia y una difamación gravísima que se le hace a nuestro pueblo, que ha sido abandonado por el clero hace muchísimos años; más aún desde que lo curas se volvieron asistentes sociales y se olvidaron de los Sacramentos y la predicación. La predicación de la Palabra de Dios, no de sus opiniones políticas, generalmente marxistas.
El Congreso Eucarístico de 1934 fue posible gracias a dos circunstancias providenciales: a) Un patriciado argentino fuertemente católico, que todavía no había sufrido la imbecilización social marxista del peronismo y, en consecuencia, se encontraba cercanísimo al pueblo llano; y b) una jerarquía romana que conservaba la fe tradicional y todavía no se dedicaba al tercermundismo; a pesar de la pobreza de todo orden (empezando por lo intelectual y lo moral) de la jerarquía local.
Hasta los obispos urugayos son mejores que los de aquí; por lo menos, abultan más el pantalón que los de por aquí. Pero el pueblo con el patriciado a la cabeza, siguen demostrando su fe inquebrantable, saliendo a enfrentar a los demonios -sin estola, lamentablemente- o manteniendo su fe sencilla pese a las charangas que arman los curas durante las Misas, que son como para salir corriendo.
Así que, don Fernando R., me parece que le chingó fiero, fiero.
Saludos
Arístides

Anónimo dijo...

Fe de erratas: la entrada anterior, donde dice «Pero el pueblo con el patriciado a la cabeza, siguen demostrando su fe inquebrantable, saliendo a enfrentar a los demonios -sin estola, lamentablemente- o manteniendo su fe sencilla pese a las charangas que arman los curas»
Debe leerse: Pero el pueblo con el patriciado a la cabeza -y sin estola, lamentablemente- siguen demostrando su fe inquebrantable ... etc. etc.