Segunda Monición para el III Domingo de Pascua
El Primado de Pedro
El Primado de Pedro
El final del Evangelio según San Juan contiene, a modo de colofón, el bellísimo diálogo entre Jesús resucitado y Pedro, con ocasión de la pesca milagrosa, a instancias del Señor.
En esta escena grandiosa, se pone de manifiesto la absoluta supremacía de Cristo, de su gracia, de su poder, de su eficacia redentora, y por ende, la indigencia del hombre pecador, que carece de méritos y de fecundidad sin el Señor.
Como enseña la doctrina católica acerca de la gracia y el mérito, no es el hombre el que puede merecer el cielo y la vida eterna, si antes Cristo no concede su gracia para ello.
Dicho de otro modo, el mérito es la gracia cumplida y llevada a plenitud por la libre colaboración y respuesta del creyente que adhiere a Cristo y se vuelve dócil a su santa voluntad; no obstante, la gracia siempre precede, como la denominaban los teólogos medievales “gratia praecedens”.
¿Qué relación guarda la afirmación dogmática antes señalada con el relato evangélico de este domingo? Pues bien, queda de manifiesto que los pescadores, en la noche del mundo y de la oscuridad sin Cristo, no sacan nada, pero cuando el Señor aparece y actúa, se obra el milagro.
Por más que el hombre se empecine en querer ser el artífice de la vida cristiana, como quería el hereje Pelagio, si Cristo con su gracia no obra, todo es esterilidad, desasosiego y vacío. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”, reza a propósito de esto el salmista (Sal. 126, 1).
Por eso Pedro tendrá que olvidarse de sí mismo y ser todo él de Cristo, para ser investido del ministerio supremo como Vicario suyo en la tierra.
Tú, oh bienaventurado apóstol Pedro, ciertamente ya no eres más el vetusto y hebreo Simón, sino Petrus, Piedra, no porque fueras grande y poderoso, pues casi desnudo te arrojaste al agua cuando viste al Señor, como signo de tu indignidad y absoluta pobreza, sino porque quieres recibirlo todo de tu Rey y Salvador.
Recién entonces, y sólo entonces, podrás apacentar el rebaño de la Iglesia, que no es tuya sino del Señor; porque tú tampoco eres tuyo, sino de tu único y supremo Pastor y obispo de nuestras almas, Cristo Jesús.
Nosotros, cristianos de nuestro tiempo, hemos de ser ovejas de Cristo, y buscar siempre su gracia y su santidad, para que sean también la nuestra.
Hemos de reconocer en el Vicario de Cristo que hoy es el Papa Francisco a aquel de quien esperamos la vida de la gracia de Cristo, la enseñanza de su doctrina, el bálsamo de la recta fe, y nada más.
El Señor nos conceda una vida cristiana con abundantes y milagrosas pescas de santidad, de buenas obras, de ferviente caridad, de amor fiel a su Esposa y Madre nuestra, la Iglesia; y una humilde y sincera devoción al Papa, de quien esperamos que sea aquel que, por expresa voluntad de Cristo, confirme en la verdadera fe a su grey.
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2 comentarios:
QUE BUENO, QUE IMPORTANTE CATAQUESIS SERIA QUE LOS SACERDOTES LEYERAN ESTA HERMOSA Y JUSTA MONICION
ricardo devrient
Justamente porque ese es el punto clave, la docilidad a la gracia, es que veo difícil que F responda bien, si no se ejercitó a dejarse a si mismo cuando estaba en la arquidiócesis de Bs As menos ahora tan encumbrado.
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