Monición para el V Domingo de Cuaresma
Ciclo C
El relato de la adúltera perdonada y salvada por el Señor, quien aquí deja ver su título de eminente liberador de la mujer para confusión de los actuales feministas adversarios de la Iglesia, juntamente con la parábola del Hijo Pródigo, nos ilustran sobre el inconmensurable alcance de la misericordia divina.
Mas, al mismo tiempo, nos alertan sobre la reacción que el amor de Dios puede provocar en las almas de los soberbios, origen del fariseísmo.
Pues este gusano de la religión impulsó a los acusadores de la mujer adúltera -¿María Magdalena?- a utilizarla como trampa en la que debería caer el Divino Maestro.
Pero la Sabiduría Eterna que tenían los fariseos delante de los ojos, luego de escribir con su propio dedo sobre el suelo, les hizo recordar su condición de pecadores.
Y cuando se fueron retirando, quedó patente la triple victoria del Señor: no vulneró la Ley como querían sus tentadores, perdonó a la mujer como su corazón deseaba, y confundió a sus adversarios que se escabulleron de su presencia.
Cuando el último de ellos se hubo ido quedaron allí, como dice San Agustín, la Misericordia y la miseria.
Sin embargo el perdón de Dios tiene aparejado un compromiso: "No peques más"; es decir, el propósito de enmienda.
Nuestra vida espiritual es una batalla por la santidad, en la que, cual buenos soldados, nunca hemos de bajar los brazos.
Pidamos al Señor, que nos permita imitarlo en todo a fin de que, con el sostén de su gracia, obtengamos finalmente la corona de la victoria.
Mas, al mismo tiempo, nos alertan sobre la reacción que el amor de Dios puede provocar en las almas de los soberbios, origen del fariseísmo.
Pues este gusano de la religión impulsó a los acusadores de la mujer adúltera -¿María Magdalena?- a utilizarla como trampa en la que debería caer el Divino Maestro.
Pero la Sabiduría Eterna que tenían los fariseos delante de los ojos, luego de escribir con su propio dedo sobre el suelo, les hizo recordar su condición de pecadores.
Y cuando se fueron retirando, quedó patente la triple victoria del Señor: no vulneró la Ley como querían sus tentadores, perdonó a la mujer como su corazón deseaba, y confundió a sus adversarios que se escabulleron de su presencia.
Cuando el último de ellos se hubo ido quedaron allí, como dice San Agustín, la Misericordia y la miseria.
Sin embargo el perdón de Dios tiene aparejado un compromiso: "No peques más"; es decir, el propósito de enmienda.
Nuestra vida espiritual es una batalla por la santidad, en la que, cual buenos soldados, nunca hemos de bajar los brazos.
Pidamos al Señor, que nos permita imitarlo en todo a fin de que, con el sostén de su gracia, obtengamos finalmente la corona de la victoria.
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