La Profecía y el Fin de los Tiempos
Quinta Conferencia
Dictada por el R.P. Dr. Leonardo Castellani, SJ
(1899 - 1981)
El 4 de Julio de 1969
Audio (62' 18")
El Anticristo – Su leyenda – El número 666 – Exégesis – Aplicación a nuestros tiempos: José Pieper, Nehddlin, Selma Lagerloef.
"Señoras y Señores, señores sacerdotes, religiosos y religiosas. Estamos bajo estado de sitio; están pasando una cantidad de cosas feas, como Uds. saben, y yo vengo a hablar del Anticristo para arreglarla". Con estas palabras comenzó su quinta conferencia el padre Castellani, pocos días después del Golpe de Estado que inauguró la llamada Revolución Argentina, refiriéndose brevemente a la situación de violencia que se vivía en esos días, y que debió influir fuertemente tanto en el expositor como en su auditorio.
El escritor y filósofo Nikolai Berdiáyev dijo que la clave metafísica de la historia es el Anticristo. La clave metafísica de la historia es Jesucristo, pero como el Ánomos, el hombre sin Ley, es su polo opuesto, la encarnación del poderío de Satán en el mundo, se puede decir lo mismo de él por analogía con Cristo.
El escritor y filósofo Nikolai Berdiáyev dijo que la clave metafísica de la historia es el Anticristo. La clave metafísica de la historia es Jesucristo, pero como el Ánomos, el hombre sin Ley, es su polo opuesto, la encarnación del poderío de Satán en el mundo, se puede decir lo mismo de él por analogía con Cristo.
Por eso nos ha parecido como el modo más provechoso y gráfico de introducirnos en la disertación, copiar un fragmento del Breve relato sobre el Anticristo, incluido en el Diálogo Tercero del filósofo ruso Vladimir Soloviev, que el padre resume completo durante su exposición. Fragmento que novela el instante en que el Hombre de Pecado es investido del poder de Satanás:
"La soberbia de este hombre aguardaba una señal de lo alto para iniciar la salvación de la humanidad, pero no vio signos de ésta. Había cumplido ya los treinta años, y pasaron tres años más. Y he aquí que un pensamiento sobrevino a su mente y un escalofrío le penetró hasta la médula de los huesos: “¿Y si? … Si yo no, sino aquel… galileo. ¿Si él no fuese mi predecesor, sino el verdadero, el primero y el último? En ese caso, Él debería estar vivo… ¿Dónde está? … ¿Qué pasaría si de improviso viene a buscarme… aquí, ahora? … ¿Qué le diré? ¿Me sentiré quizás obligado a inclinarme frente a Él como el más estúpido de los cristianos o como un campesino ruso que masculla sin comprender: ‘Señor Jesucristo, ten piedad de mí pecador?’; o ¿me veré obligado como una anciana polaca a postrarme por tierra ante la Cruz? ¿Yo, el genio brillante, el superhombre? ¡No, nunca!”.
Y así, en vez de sus antiguos razonamientos y su fría reverencia ante Dios y Cristo, una especie de terror nació y creció en su corazón, seguido de una sofocante envidia que consumía todo su ser, y un odio furioso que le cortaba la respiración. “¡Yo, yo, y no Él! Él no está entre los vivos. Él ya no está y no estará. ¡No ha resucitado, no ha resucitado, no ha resucitado de entre los muertos! Se descompone en la tumba, se descompone tanto como el último de los mortales…”.
Con espuma en la boca corre convulsivamente fuera de la casa a través del jardín, internándose por un sendero rocoso en la oscura y silenciosa noche. La furia se calmó y se trocó en desesperación, dura y pesada como las rocas, oscura como aquella noche. Se detuvo frente a un precipicio profundo, desde cuyo borde podía escuchar a lo lejos el vago rumor del riachuelo corriendo entre las piedras. Una angustia insoportable pesaba sobre su corazón. Entonces un pensamiento cruzó por su mente: “¿Debo llamarlo? ¿Preguntarle qué debo hacer?”. Una imagen benigna y triste aparece ante él, de entre las tinieblas. “¡Se compadece de mí… no, nunca! No ha resucitado, no ha resucitado, no ha resucitado”.
Y se lanzó hacia el precipicio. Pero algo firme —¿Una columna de agua?— lo sostuvo en el aire. Sintió algo parecido a una descarga eléctrica, y una fuerza desconocida lo empujó hacia atrás. Perdió por un momento la conciencia y cuando volvió en sí, se encontró arrodillado a unos pocos pasos del borde del abismo. Entrevió el contorno de una figura espléndida de luz fulgurante cuyos ojos penetraban su alma con intolerable e intenso resplandor.
Vio estos ojos penetrantes y percibió —no sabiendo realmente si provenía de sí mismo o de fuera— una extraña voz, insensible y sombría, metálica y absolutamente sin alma, como si viniese de un fonógrafo. La voz le decía: “Tú eres mi hijo predilecto en quien me complazco. ¿Por qué no me reconoces? ¿Por qué adoras al otro, al malo y a su padre? Yo soy tu dios y tu padre. El otro, el mendigo, el crucificado, es un extraño para mí y para ti. No tengo otro hijo más que tú. Tú eres el único, el unigénito, mi igual. Te amo y no pido nada de ti. Eres perfecto, poderoso y grande. Cumple tu obra en tu nombre y no en el mío. No te tengo envidia, te amo. No quiero nada de ti. Aquél que tú considerabas Dios, demandaba a su Hijo obediencia sin límites, absoluta obediencia —incluso hasta la muerte en cruz— y aún ahí no vino en su ayuda. Yo no pido nada de ti, al contrario te ayudaré. Te ayudaré por ti mismo, por amor a tu dignidad y excelencia, por el puro y desinteresado amor que te tengo. Recibe mi espíritu. Como antes mi espíritu te hizo nacer en perfección, así ahora te hago nacer en poder”.
Ante las palabras de este desconocido, los labios del superhombre se entreabrieron involuntariamente; los dos ojos penetrantes se acercaron a su rostro y sintió una extraña y helada corriente que penetraba la totalidad de su ser. Se percibió con una fuerza inaudita, con un coraje, agilidad y entusiasmo nunca antes vividos. Repentinamente, la luminosa imagen y los dos ojos desaparecieron, y algo elevó al superhombre regresándolo inmediatamente a su propio jardín, a la puerta de entrada de su casa.
Al día siguiente los visitantes del gran hombre, e incluso sus sirvientes, percibieron su particular complexión, como si fuese inspirada. Habrían estado todavía más maravillados si hubiesen visto con qué facilidad y rapidez sobrenatural escribía, encerrado en su estudio, su famosa obra titulada: El camino abierto a la paz universal y el bienestar".
Y así, en vez de sus antiguos razonamientos y su fría reverencia ante Dios y Cristo, una especie de terror nació y creció en su corazón, seguido de una sofocante envidia que consumía todo su ser, y un odio furioso que le cortaba la respiración. “¡Yo, yo, y no Él! Él no está entre los vivos. Él ya no está y no estará. ¡No ha resucitado, no ha resucitado, no ha resucitado de entre los muertos! Se descompone en la tumba, se descompone tanto como el último de los mortales…”.
Con espuma en la boca corre convulsivamente fuera de la casa a través del jardín, internándose por un sendero rocoso en la oscura y silenciosa noche. La furia se calmó y se trocó en desesperación, dura y pesada como las rocas, oscura como aquella noche. Se detuvo frente a un precipicio profundo, desde cuyo borde podía escuchar a lo lejos el vago rumor del riachuelo corriendo entre las piedras. Una angustia insoportable pesaba sobre su corazón. Entonces un pensamiento cruzó por su mente: “¿Debo llamarlo? ¿Preguntarle qué debo hacer?”. Una imagen benigna y triste aparece ante él, de entre las tinieblas. “¡Se compadece de mí… no, nunca! No ha resucitado, no ha resucitado, no ha resucitado”.
Y se lanzó hacia el precipicio. Pero algo firme —¿Una columna de agua?— lo sostuvo en el aire. Sintió algo parecido a una descarga eléctrica, y una fuerza desconocida lo empujó hacia atrás. Perdió por un momento la conciencia y cuando volvió en sí, se encontró arrodillado a unos pocos pasos del borde del abismo. Entrevió el contorno de una figura espléndida de luz fulgurante cuyos ojos penetraban su alma con intolerable e intenso resplandor.
Vio estos ojos penetrantes y percibió —no sabiendo realmente si provenía de sí mismo o de fuera— una extraña voz, insensible y sombría, metálica y absolutamente sin alma, como si viniese de un fonógrafo. La voz le decía: “Tú eres mi hijo predilecto en quien me complazco. ¿Por qué no me reconoces? ¿Por qué adoras al otro, al malo y a su padre? Yo soy tu dios y tu padre. El otro, el mendigo, el crucificado, es un extraño para mí y para ti. No tengo otro hijo más que tú. Tú eres el único, el unigénito, mi igual. Te amo y no pido nada de ti. Eres perfecto, poderoso y grande. Cumple tu obra en tu nombre y no en el mío. No te tengo envidia, te amo. No quiero nada de ti. Aquél que tú considerabas Dios, demandaba a su Hijo obediencia sin límites, absoluta obediencia —incluso hasta la muerte en cruz— y aún ahí no vino en su ayuda. Yo no pido nada de ti, al contrario te ayudaré. Te ayudaré por ti mismo, por amor a tu dignidad y excelencia, por el puro y desinteresado amor que te tengo. Recibe mi espíritu. Como antes mi espíritu te hizo nacer en perfección, así ahora te hago nacer en poder”.
Ante las palabras de este desconocido, los labios del superhombre se entreabrieron involuntariamente; los dos ojos penetrantes se acercaron a su rostro y sintió una extraña y helada corriente que penetraba la totalidad de su ser. Se percibió con una fuerza inaudita, con un coraje, agilidad y entusiasmo nunca antes vividos. Repentinamente, la luminosa imagen y los dos ojos desaparecieron, y algo elevó al superhombre regresándolo inmediatamente a su propio jardín, a la puerta de entrada de su casa.
Al día siguiente los visitantes del gran hombre, e incluso sus sirvientes, percibieron su particular complexión, como si fuese inspirada. Habrían estado todavía más maravillados si hubiesen visto con qué facilidad y rapidez sobrenatural escribía, encerrado en su estudio, su famosa obra titulada: El camino abierto a la paz universal y el bienestar".
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Ilustra esta entrada: Fragmento de "El sermón y las obras del Anticristo", fresco del pintor italiano Luca Signorelli (1145 - 1523), que decora la Capilla de san Brizio, en la catedral de Orvieto. Se ve al Anticristo, representado con algunos rasgos similares a los del Señor, predicando, mientras el Demonio le susurra al oído lo que tiene que decir.
1 comentario:
Ya estamos ante el hombre de Pecado del Falso Profeta el usurpador que se ha sentado en la silla de Pedro http://www.zenit.org/es/articles/el-cardenal-biffi-afronta-ante-el-papa-y-la-curia-quien-es-el-anticristo
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