domingo, 21 de septiembre de 2008

¡A la Captura del Tiempo Perdido!

Liturgia de la Palabra en el
XXV Domingo
del Tiempo Ordinario

R. P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ
(Audio - 24' 57")

En la época de Cristo, un denario era el salario de un obrero; monto con el que podía solventar las necesidades diarias de su familia. Éste jornal, prometido por Dios Padre a los operarios convocados a su viña, la Iglesia desde el justo Abel hasta la Parusía, y que luego pagará con una modalidad que podría ser tachada de "injusta" por la justicia de los hombre, es nada menos que la Vida Eterna. El día de trabajo puede ser interpretado entonces como la vida del hombre a quien el Señor llama en la niñez, la juventud, la madurez, la ancianidad o aún en el último estertor.
Así como alguno obreros de esta parábola permanecieron en la plaza hasta muy avanzada la tarde, hay muchos que antes de ser llamados viven según el espíritu del mundo, sometidos a las pasiones desordenadas, la avaricia, la lujuria, la soberbia; perezosos para las cosas de Dios aunque activos para las de este mundo. Sin embargo no debemos perder la esperanza, aunque hayan pasado muchos años de alejamiento, porque lo importante no es la edad en que nos entregamos a Dios sino la intensidad del amor puesta en el trabajo realizado y la confianza en el Señor que nos llama y que igualará a los últimos con los primeros en el salario común. Trabajadores de la última hora han sido la Magdalena que de meretriz pasó a limpiar los pies del Señor, aquel ladrón que se robó el paraíso al lado de la Cruz, y el Apóstol San Pablo que de enemigo que era se volvió propagador del Evangelio. "Dios corona sus dones, no tus méritos", dice San Agustín ; no es la vida eterna el salario de las obras que hacemos a partir de nosotros sino las que hacemos por la gracia de Dios.
El hecho de que a cada uno se le dé un denario, no significa que en el Cielo no haya diversos grados de Gloria, de modo que el mismo bien, la visión Beatífica, embriague a cada uno de manera diferente. Por eso, pidamos al Señor que nos haga cumplir cuanto antes el plan que Dios ha soñado al llamarnos, redimiendo el tiempo, como decía San Pablo, con una entrega generosa.
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