XXVI Domingo
del Tiempo Ordinario
R. P. Christian Ferraro, VE
(Audio - 24' 02")
del Tiempo Ordinario
R. P. Christian Ferraro, VE
(Audio - 24' 02")
El culmen de la evolución filosófica comenzada principalmente por Kant (1724 -1804) es el atroz grito dado por Niezstche (1844-1900): ¡Dios ha muerto! Sobre este grito, eco de aquel otro proferido por Satanás antes de la creación del mundo: "Non serviam - no serviré", se ha fundado y mantenido la Babilonia Terrena, ciudad del amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, en su lucha sempiterna contra la Jerusalem Celeste, ciudad del amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo.
La pretendida muerte de Dios ha dado lugar al Superhombre: pura voluntad que de nadie ni de nada depende; siendo principio, medio y término de sus propias decisiones. Pero como se trata de un ser esencialmente religioso, el superhombre cambiará al Señor de la Verdad por los ídolos del materialismo y el hedonismo, y la libertad de los hijos de Dios por la dictadura del relativismo; caminando hacia la desesperación y la muerte.
La raíz de todos estos males es la soberbia que, según santo Tomás, vino a ser remediada por la encarnación de Jesucristo nuestro Señor; el cual, "teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz." (Fl 2, 1-11), para enseñarnos a los hombre el valor de la humildad. Por eso los fundadores de las grandes órdenes como San Benito o San Bernardo, propusieron para sus monjes reglas de vida basadas en grados de humildad. Y san Ignacio de Loyola extendió, en sus ejercicios, estas recomendaciones a todos los católicos. Pidamos al Señor que nos dé la gracia de seguir su ejemplo y de hacer siempre su santísima voluntad, y nos asegure la suprema libertad de quienes Lo tienen como luz de sus vidas.
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