viernes, 17 de junio de 2011

La Trinidad, misterio insondable


Liturgia de la Palabra en la

Solemnidad de la Santísima Trinidad

18 de Mayo de 2008

R.P. Dr. Alfredo Sáenz, SJ

(Audio: 19' 37")


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Quizá por desbordar totalmente nuestra pobre inteligencia, el misterio más profundo de Dios, la Santísima Trinidad, causa suprema de nuestra redención y fin último de la humana existencia, es considerado frecuentemente como algo abstracto, motivo de pura contemplación sin utilidad práctica inmediata.

Tratase, por el contrario, de un misterio preñado de vida, como que expresa la intimidad misma de Dios que, en su fecundidad y al conocerse desde toda la eternidad, engendra al Hijo, su Imagen; siendo el amor entre el Padre y el Hijo de tal intensidad que de él brota otra persona: El Espíritu Santo.

No obstante ser las acciones ad extra comunes a las tres personas divinas, la Iglesia ha atribuido al Padre la Creación, al Hijo la Redención y al Espíritu la Santificación. Incluso la revelación sigue progresivamente ese orden: en el Antiguo Testamento se revela especialmente la acción del Padre. El Nuevo Testamento nos presenta la obra del Hijo de Dios hecho hombre que se entregó por nosotros ofreciéndonos en herencia todos los misterios que celebramos a lo largo del año litúrgico: para que su nacimiento purifique nuestro nacimiento, su muerte destruya la nuestra y su resurrección y ascensión precedan y preparen la nuestra. Con la Ascensión del Señor, habiendo retornado la Palabra a la Inteligencia, el Resplandor a la Luz, comienza la obra del Espíritu Santo, enviado del Padre y del Hijo, alegría de Dios, germen de la vida divina que obra nuestra santificación.

Así como la Revelación comienza con la Creación, sigue con la Redención y continúa hasta el fin de los tiempos con la obra del Espíritu, dicen los santos padres que nuestra santificación sigue un proceso inverso: comienza con el Espíritu quien nos conduce al Hijo para que, siendo hijos en el Hijo, podamos decir "Abba, Padre".
El Hijo y el Espíritu son como las dos manos por las cuales el Padre atrae a los hombres hacia Sí. Tal es el círculo admirable de nuestra redención: Todo viene de Dios a partir del Padre por el Hijo y en el Espíritu Santo y todo retorna a Dios a partir del Espíritu por el Hijo hasta llegar al Padre.

Tributemos siempre, por Cristo, con Él y en Él a ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria a la Santísima Trinidad. Hasta que un día, hechos ofrenda eterna, podamos cantar el himno de los ángeles que ya comenzamos a entonar en la tierra: "Sanctus, Sanctus, Sanctus", santo el Padre, santo el Hijo, Santo el Espíritu, exaltando las maravillas de Dios cuyas glorias llenan los cielos y la tierra.


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Ilustra esta entrada: "La Santísima Trinidad" (1630), óleo sobre madera del pintor flamenco Hendrick van Balen, que se conserva en la Iglesia de Sint Jacobskerk, de Antwerp, Bélgica.

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