Liturgia de la Palabra en el
II Domingo de Cuaresma
Ciclo A
17 de Febrero de 2008
R.P. Dr. Alfredo Sáenz, S.J.
(Audio 22' 05")
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En lo alto de un monte, la gloria y el poder de Dios se manifestaron visiblemente a los Apóstoles en el Cuerpo transfigurado de Jesucristo que mostraba, como en un adelanto de la resurrección, el majestuoso resplandor de su alma oculta hasta entonces por la opacidad de la materia. Testigos son también Moisés y Elías, la Ley y los Profetas que, inclinándose, miran en Él la plenitud del Antiguo Testamento.
Al terminar la Teofanía, Jesús anunció que tendría que pasar por la muerte en su camino hacia la gloria; que el único sendero que conduce a la resurrección pasa por la tumba. Toda la vida cristiana puede considerarse como un largo proceso de transfiguración que comienza en el bautismo. La vida de la gracia es el germen de la gloria y, por la práctica de las virtudes, nuestra alma se va transfigurando lentamente condicionando el resplandor que tendremos por toda la eternidad.
Los Apóstoles desearon quedarse en la cima eternizando el glorioso momento y evitando el dolor y la pasión. Pero es necesario dejar las alturas y bajar al llano en donde espera el sacrificio cuaresmal porque el mundo no puede salvarse sin la Cruz. En nuestra vida normal, oscura en la fe, una que otra vez percibimos algo de la majestad del cielo, pero luego se nos hace difícil reconocer a Jesús en los hombres pecadores que hay tanto en la Iglesia como en el mundo apóstata que nos toca vivir.
Sin embargo no debemos perder la esperanza, con cada instante nos acercamos más al cielo y la luz del Cristo Transfigurando ilumina nuestros pasos hacia lo alto. Cuando llegue el día terminal, Dios reformará nuestro cuerpo vil conforme a su cuerpo glorioso y, viendo la luz de su gloria, seremos también luz.
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Ilustra esta entrada: La Transfiguración (1517-1520), temple y óleo sobre madera del pintor renacentista Rafael Sanzio, que se conserva en los Museos Vaticanos.
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