viernes, 25 de marzo de 2011

Señor: ¡dame de beber!


Liturgia de la Palabra en el

III Domingo de Cuaresma

Ciclo A

24 de Febrero de 2008

R.P. Dr. Alfredo Sáenz, S.J.

(Audio 23' 02")


Para oír la Homilía, despliegue esta entrada.

El agua, uno de los temas bíblicos que atraviesa todo el libro sagrado, es fuente de vida sin la cual sólo habría hambre, desolación y ruinas. Pero también puede simbolizar la muerte que acecha detrás del mar embravecido, o que trae consigo el maremoto. Por eso, en el Sacramento del Bautismo, el agua significa el fin del hombre viejo herido por el pecado mortal y, al mismo tiempo, el nacimiento en espíritu y en verdad.

Cuando los israelitas increparon a Moisés por la sed mortal que los consumía en medio del desierto, un manantial milagroso surgió de la roca golpeada por él. Según san Pablo, la Roca era Cristo, porque así como de esa piedra salió el agua salvadora, del costado abierto del Señor clavado en la Cruz y golpeado por una lanza, brotaron las aguas capaces de calmar la sed del pueblo cristiano, que camina hacia la tierra prometida por este desierto valle de lágrimas.

Luego de largas horas de camino en su viaje hacia Galilea, y estando en tierras de los herejes samaritanos, al mediodía Jesús siente sed. Está cansado por la ingratitud de los hombres, como recuerda esta estrofa de la secuencia Dies Iræ:

Quærens me, sedisti lassus,
redemisti Crucem passus;
tantus labor non sit cassus.

Te sentaste cansado de tanto buscarme,
nos redimiste padeciendo la Cruz;
que tanta fatiga no sea en vano.

Sentado al lado del pozo de Jacob, el Señor le ofrece a la Samaritana el agua que apagará la sed metafísica del hombre, y de todo deseo insatisfecho de la Humanidad. Es el agua divina que, en virtud de la sangre sacrificial del Cordero, riega la tierra con el Espíritu de Dios.

La Samaritana comienza entonces el ascenso que la llevará a la salvación: al que primero vio sólo como un judío, llama luego Señor, más grande que Jacob, luego Profeta, más aún Mesías y finalmente Salvador del mundo. ¡Maravillosa catequesis!

Apoyemos nuestros labios en el costado sangrante de Cristo para que, siendo abrevados con Sangre y agua, se encienda en nosotros el fuego de la Fe, de la Caridad y del Apostolado.

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Ilustra esta entrada: Jesús y la Samaritana en el pozo (1640), óleo de Giovanni Francesco Barbieri, más conocido como Il Guercino, que se conserva en el Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

1 comentario:

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