jueves, 3 de marzo de 2011

Mons. Taussig castiga al padre Gómez


¿Se puede presentar batalla con jefes como éste?




Es un grave error pensar que se logrará paz para la Iglesia disimulando sus derechos para agradar el mundo. "Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres".

San Pío X


El 27 de Mayo de 1909, el Papa San Pío X publicó su encíclica Communium Rerum para celebrar el octavo centenario de la muerte de San Anselmo de Aosta, Doctor de la Iglesia. En ella levanta, sobre el panegírico del Santo, un retrato acabado del ideal del obispo católico perfecto.

Hoy que vemos la deserción de numerosos pastores de su función de caudillos del pueblo católico en lucha contra el mundo, no puede extrañarnos aunque sí dolernos la vergonzosa defección e injusticia cometida por Mons. José María Taussig, Obispo de San Rafael (Mendoza) quien, en vez de apoyar el viril accionar del padre Gómez (ver Aquí y Aquí), le impide hablar, evita la respuesta certera y pide disculpas por faltas que el sacerdote no ha cometido.

No vamos a comentar sus declaraciones que ya han sido respondidas por varios medios, como puede verse en el comentario de Panorama Católico Internacional que recomendamos. Sólo publicaremos una breve síntesis de la mencionada encíclica, para que queden claros los deberes que al respecto tienen los obispos, cuando la Esposa de Cristo es atacada en su dignidad o en sus prerrogativas.


Síntesis de la Encíclica Communium Rerum

El triunfo de la causa de Dios sobre la tierra, en las personas y en las sociedades, comienza diciendo el Papa, consiste en el retorno de los hombres a Dios mediante Cristo, y a Cristo mediante la Iglesia.

San Anselmo fue un acérrimo defensor de la doctrina y de los derechos de la Iglesia. Tuvo que sostener luchas durísimas en pro de la justicia y de la verdad. Por ellas se vio obligado a renunciar a la amistad de los poderosos, a los favores de los grandes y al mismo afecto de sus propios hermanos de religión. Tuvo que enfrentarse vigorosamente con reyes y príncipes usurpadores y tiranos de la Iglesia y de los pueblos, con débiles ministros indignos de su oficio sagrado, con la ignorancia de la plebe y los vicios de los grandes. Ni le conmovieron las amenazas ni le estimularon las dádivas.

La Iglesia sufre una guerra general provocada por los enemigos de Dios. Se la quiere despojar de sus derechos. Se la trata como si no fuese, natural y jurídicamente, una sociedad perfecta. Se quiere suplantar el reino de Dios con el reino de un libertinaje disfrazado con el nombre de libertad. El móvil de esta guerra es el odio contra Dios. Por eso se silencian los beneficios aportados por la Iglesia a la civilización y se la presenta como un grave peligro para la sociedad.

Pero la Iglesia Católica sufre una segunda guerra, interna y doméstica, tanto más peligrosa cuanto más encubierta. Es la que provocan ciertos hijos desnaturalizados, que pretenden cambiarlo todo, dando a la Iglesia una nueva forma, un nuevo derecho, una nueva piedad. Es una mezcla de filosofía falsa, erudición falaz y crítica osada, que impulsa a sus secuaces a hablar de todo y a discutirlo todo, avocando en una religión individualista que del Cristianismo sólo conserva el nombre.

Los tiempos que vivió San Anselmo son parecidos a los nuestros. Él habló con claridad a los reyes de su época. Las persecuciones no cerraron la boca del Santo. Exigió a los príncipes que violaban los derechos eclesiásticos el respeto de la libertad y del honor de la Iglesia. El Episcopado católico está obligado a hablar con voz bien alta a los poderosos de este mundo. La gran lección de la historia es esta: el pecado es la desgracia de los pueblos; los poderosos son responsables de sus actos.

Actualmente, presenciamos una doble apostasía. La multiplicación de las injusticias sociales y la rebelión contra Dios y contra la Iglesia; ese es el gran pecado de los grandes y de los pueblos. Los pastores no pueden hacerse partícipe de esta doble apostasía con el silencio o con la indolencia. La libertad de la Iglesia no supone merma en la dignidad del Estado. El respeto a la Iglesia no implica humillación para el Estado. Los gobernantes que persiguen a la Iglesia acaban miserablemente. Nada ama Dios tanto en este mundo como la libertad de su Iglesia. En la vida de San Anselmo tienen los obispos un modelo de sus relaciones con los poderes públicos.

La Iglesia no puede dejar de vivir sacudida por la persecución, están pues muy equivocados los que creen y esperan para ella, un estado permanente de plena tranquilidad, de prosperidad universal, y un reconocimiento práctico y unánime de su poder, sin contradicción alguna. Pero es peor y más grave el error de aquellos que se engañan pensando que lograrán esta paz efímera, disimulando los derechos y los intereses de la Iglesia, sacrificándolos a los intereses privados, disminuyéndolos injustamente, complaciendo al mundo en donde domina enteramente el demonio, con el pretexto de simpatizar con los fautores de la novedad y atraerlos a la Iglesia, como si fuera posible la armonía entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial. Son éstos, sueños de enfermos, alucinaciones que siempre han ocurrido y ocurrirán mientras haya soldados cobardes, que arrojen las armas a la sola presencia del enemigo, o traidores, que pretendan a toda costa hacer las paces con los contrarios, a saber, con el enemigo irreconciliable de Dios y de los hombres. El episcopado debe vigilar para mantener intacta la resistencia de los fieles frente a esta tendencia que busca una vil neutralidad hecha con débiles repliegues y compromisos con daño de la Verdad y de la Justicia.

San Anselmo fue, finalmente, un modelo de unión con la Santa Sede. La unión de los fieles con el Papado se ha ido estrechando en los últimos tiempos a medida que crecían las dificultades. Pero el enemigo no cesa de buscar la ocasión para romper esta unidad. Sin la unión la Iglesia no podría salir vencedora del doble peligro concurrente que estas dos guerras representan.

6 comentarios:

  1. Por favor, deje su comentario. Muchas gracias.

    ResponderEliminar
  2. Es hijo de Verga-goglio... nada de lo que haga nos asombra. El afán de escalar puede más.

    ResponderEliminar
  3. Tanto los judíos como los mahometanos saben defenderse corporativamente cuando son atacados en su fe. ¿Qué nos pasa a los católicos que somos tan tibios? ¿vergüenza? ¿cobardia? Los hermanos obispos deben dar el ejemplo e ir al frente y no esconderse como en este caso.

    ResponderEliminar
  4. La crítica que hace Panorama a Mons. Taussig me parece excesiva. HA resistido (hasta ahora) las presiones para que traslade al P. Gómez. Y el silencio de radio que le impone no le impedirá al p. Pato seguir sus actividades habituales y de paso, lo sustraerá del acoso de los medios.

    ResponderEliminar
  5. "Es hijo de Verga-goglio... nada de lo que haga nos asombra. El afán de escalar puede más."

    Que falta de respeto.

    ResponderEliminar
  6. Adhiero a Federico. Otra vez oí algo parecido de un Sacerdote mofándose del apellido un Obispo, pero al menos el desubicado era progre.

    Marcos Luis Blanco y Centurión

    ResponderEliminar

Los comentarios dejados como Anónimos dificultan el intercambio de opiniones entre lectores. Si no desea firmar con su propio nombre, puede elegir uno cualquiera de modo que quien desee responderle se dirija a Ud. con facilidad.
Por favor, no utilice insultos al comentar. Muchas gracias.