Monición para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
"¡Señor, hazme justicia!" |
Dios se ha reservado para Sí tres episodios determinantes en la Historia: La Creación, la Redención y la Parusía.
El término del ciclo adámico es Dogma de nuestra Fe, a pesar de que en la actualidad haya sido olvidado hasta en la misma predicación.
Al efecto, recordemos que dijo el Señor a sus discípulos al finalizar la parábola del Evangelio de hoy: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre: ¿Creéis que hallará Fe sobre la tierra?" (Lc. 18,8), dándole de ese modo un sentido difícil de advertir.
Y es que al fin de los tiempos, cuando la situación sea desesperada y el Anticristo tenga en sus manos el dominio del mundo, los cristianos, entonces un pequeño resto que no se rendirá a la iniquidad dominante, clamarán al cielo de día y de noche, como la viuda insistente, pero Dios permanecerá en silencio.
Porque habrá en aquellos tiempos "una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás" (Mt. 24, 21), tribulación magna que, según muchos insignes intérpretes, será acompañada por un sector de la Iglesia que, en vez de mantener su desposorio místico con Cristo, adulterará con el Mundo, lo bendecirá sin haberlo exorcizado y perseguirá a quienes se mantengan firmes en la fe católica.
Pero este pequeño rebaño, cual aquella viuda del Evangelio, con esperanza desesperada, insistirá, importunará a Dios que parece no oír, a Cristo que vuelve a dormir mientras la barca zozobra, y será escuchado; porque la solución vendrá de lo alto, cuando nadie lo espere, cuando el Enemigo se haya posesionado de toda la línea y la traición haya corroído las entrañas de la Iglesia; "porque el Hijo del Hombre de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y su Reino no tendrá fin.
El término del ciclo adámico es Dogma de nuestra Fe, a pesar de que en la actualidad haya sido olvidado hasta en la misma predicación.
Al efecto, recordemos que dijo el Señor a sus discípulos al finalizar la parábola del Evangelio de hoy: "Cuando vuelva el Hijo del Hombre: ¿Creéis que hallará Fe sobre la tierra?" (Lc. 18,8), dándole de ese modo un sentido difícil de advertir.
Y es que al fin de los tiempos, cuando la situación sea desesperada y el Anticristo tenga en sus manos el dominio del mundo, los cristianos, entonces un pequeño resto que no se rendirá a la iniquidad dominante, clamarán al cielo de día y de noche, como la viuda insistente, pero Dios permanecerá en silencio.
Porque habrá en aquellos tiempos "una gran tribulación, como no la hubo desde el comienzo del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás" (Mt. 24, 21), tribulación magna que, según muchos insignes intérpretes, será acompañada por un sector de la Iglesia que, en vez de mantener su desposorio místico con Cristo, adulterará con el Mundo, lo bendecirá sin haberlo exorcizado y perseguirá a quienes se mantengan firmes en la fe católica.
Pero este pequeño rebaño, cual aquella viuda del Evangelio, con esperanza desesperada, insistirá, importunará a Dios que parece no oír, a Cristo que vuelve a dormir mientras la barca zozobra, y será escuchado; porque la solución vendrá de lo alto, cuando nadie lo espere, cuando el Enemigo se haya posesionado de toda la línea y la traición haya corroído las entrañas de la Iglesia; "porque el Hijo del Hombre de nuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y su Reino no tendrá fin.
Ilustra esta entrada: "Anciana rezando" (¿1685?), óleo sobre lienzo del pintor holandés Aert de Gelder.
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Qué bonito artículo Página Católica, ha pasado quizá desapercibido con la noticia de la deportación de los sacerdotes de su último post.
ResponderEliminarMe encanta verme reflejada en la viejita del cuadro porque sabemos que Dios siempre nos escucha. Con ternura.
Y como ya ha comenzado la ascensión al Gólgota de la Iglesia, y estamos ya entrados en los tiempos de la Gran Tribulación, me gustaría compartir de nuevo esta oración de protección:
"Oh, Mi Dios, Mi amoroso Padre, yo acepto con amor y gratitud Tu Divino Sello de Protección. Tu Divinidad abarca mi cuerpo y alma por la eternidad. Me inclino en humilde acción de gracias y te ofrezco mi profundo amor y lealtad a Ti mi amado Padre. Te suplico que me protejas y a mis seres queridos con este Sello especial y comprometo mi vida a Tu servicio por los siglos de los siglos.
Te amo Querido Padre! Te consuelo en estos momentos, querido Padre. Te ofrezco el Cuerpo, La Sangre y la Divinidad de Tu queridísimo Hijo en expiación por los pecados del mundo y por la salvación de todos Tus hijos. Amén."
Filomena de Pasamonte.
De acuerdo con Filomena. Quizás sea una de las entradas más sentida, emotiva y bellas que le he leído. Un abrazo en Cristo, PC.
ResponderEliminar@Olorapescadero
Estimados, el mérito es del padre Sáenz de cuya homilía que publicaremos esta semana se ha extractado el texto.
ResponderEliminarSaludos.