Monición para el XXV Domingo del Tiempo Ordinario
Ciclo C
"No se puede servir a Dios y al dinero" |
"Hemos obligado a Cristo a emparejar a Dios con el oro, horroricémonos de ello"; dijo San Juan Crisóstomo al comentar la sentencia del Señor: "No podéis servir a dos señores... no podéis servir a Dios y a Mammonæ".
Y continuó el santo doctor: "Y si decirlo es horroroso, mucho más es que así suceda y que prefiramos la tiranía del oro al temor de Dios".
Es que el dinero tiene cierta infinitud, cierto parecido a Dios, porque no termina de satisfacer la codicia del que es rico de corazón, provocando su inquietud constante, en un falso y equívoco remedo del alma que desea santamente a su Señor y que sólo descansará en su posesión.
Mammonæ era para los sirios el dios de la riqueza; y, para los judíos, uno de los nombre de Belcebú, el demonio.
En el enfrentamiento radical que se da entre Dios y Mammonæ, se basa la existencia de las dos Ciudades de que nos habla San Agustín: la Ciudad de Dios, fundada sobre Su primado y la del Mundo creada sobre la exaltación del hombre que margina a su Rey.
Porque Mammonæ no es un señor sino un tirano de nefasta influencia en la vida de los que a él se entregan: por él se dominan las naciones, se controlan a los gobernantes sobornándolos, se traiciona a la patria, se organizan guerras injustas, se conculca el derecho y la justicia, se disuelven los afectos más entrañables, se quita la inocencia, y se sepulta la piedad.
Pues la servidumbre del dinero es la aceptación de lo que San Pablo ha llamado el "espíritu del mundo".
Detrás de las riquezas está escondido el Demonio, de quien Mammonæ es vicario. Como denunció San Agustín: "El que sirve a las riquezas, sirve también a aquel que, constituido a la cabeza de todas ellas por razón de su perversidad, es llamado por Dios Príncipe de este mundo... quien está cegado por la codicia, vive sometido al demonio aunque no lo quiera".
Sin embargo hay que resaltar también que no son malas las riquezas en sí mismas, sino ponerse a su servicio considerándolas Dios.
Así enseña San Jerónimo: "Cuando Cristo condenó a la avaricia no dijo el que tiene riquezas sino el que las sirve. El que es esclavo de la riqueza las conserva como esclavo, pero el que sacude el yugo de su esclavitud, las distribuye como señor".
Pidámosle a Jesús, el Rico que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, que nos dé la gracia de tenerlo como único Rey y Señor de nuestra vida y de nuestra muerte.
Y continuó el santo doctor: "Y si decirlo es horroroso, mucho más es que así suceda y que prefiramos la tiranía del oro al temor de Dios".
Es que el dinero tiene cierta infinitud, cierto parecido a Dios, porque no termina de satisfacer la codicia del que es rico de corazón, provocando su inquietud constante, en un falso y equívoco remedo del alma que desea santamente a su Señor y que sólo descansará en su posesión.
Mammonæ era para los sirios el dios de la riqueza; y, para los judíos, uno de los nombre de Belcebú, el demonio.
En el enfrentamiento radical que se da entre Dios y Mammonæ, se basa la existencia de las dos Ciudades de que nos habla San Agustín: la Ciudad de Dios, fundada sobre Su primado y la del Mundo creada sobre la exaltación del hombre que margina a su Rey.
Porque Mammonæ no es un señor sino un tirano de nefasta influencia en la vida de los que a él se entregan: por él se dominan las naciones, se controlan a los gobernantes sobornándolos, se traiciona a la patria, se organizan guerras injustas, se conculca el derecho y la justicia, se disuelven los afectos más entrañables, se quita la inocencia, y se sepulta la piedad.
Pues la servidumbre del dinero es la aceptación de lo que San Pablo ha llamado el "espíritu del mundo".
Detrás de las riquezas está escondido el Demonio, de quien Mammonæ es vicario. Como denunció San Agustín: "El que sirve a las riquezas, sirve también a aquel que, constituido a la cabeza de todas ellas por razón de su perversidad, es llamado por Dios Príncipe de este mundo... quien está cegado por la codicia, vive sometido al demonio aunque no lo quiera".
Sin embargo hay que resaltar también que no son malas las riquezas en sí mismas, sino ponerse a su servicio considerándolas Dios.
Así enseña San Jerónimo: "Cuando Cristo condenó a la avaricia no dijo el que tiene riquezas sino el que las sirve. El que es esclavo de la riqueza las conserva como esclavo, pero el que sacude el yugo de su esclavitud, las distribuye como señor".
Pidámosle a Jesús, el Rico que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza, que nos dé la gracia de tenerlo como único Rey y Señor de nuestra vida y de nuestra muerte.
Ilustra esta entrada: "Adoración de Mammon", óleo sobre lienzo de Evelyn De Morgan, pintora británica (1855-1919), que pertenece a una colección privada.
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Nadie puede servir a Dios y Mammonae, es decir, a Belcebú.
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Aquellos que le prenden una vela a Dios y otra al demonio, en realidad le prenden ambas al demonio, decía un obispo francés, un ultramontano del Siglo XIX, hablando de los "católicos" liberales de aquella época.
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Los linea media y los conservadores que quieren prenderle una vela a San Pío X y una a Bergoglio, le prenden las dos a Bergoglio.
http://statveritasblog.blogspot.com.ar/2013/09/el-nuevo-orden-mundial-busca-la.html
ResponderEliminarpara Filomena, ya le había mencionado al padre Sanahuja de Noticias Globales.
lunes, 16 de septiembre de 2013El Nuevo Orden Mundial busca la desaparición de la Iglesia católica.
Un breve pero interesante reportaje al P. Claudio Sanahuja (editor de Noticias Globales) sobre el Nuevo Orden Mundial, aparecido en Religión y Libertad, 16-09-2013, para católicos que desconocen totalmente el tema.
Juan Claudio Sanahuja, editor de Noticias Globales«El Nuevo Orden Mundial busca la desaparición de la Iglesia católica», dice un experto de la ONU.Lleva años estudiando el llamado Nuevo Orden Mundial (NOM): el intento de las agencias de la ONU de trastocar el orden natural
Un libro de el muy interesante "El desarrollo sustentable".
ResponderEliminarLa avaricia es una forma de idolatría.
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